En el ángulo nororiental de la provincia de León, en las estribaciones de los Picos de Europa, se sitúa un bello pueblecito en el que el autor, cuando tenía unos nueve años, pasó un verano.
Es acogido en la casa que fue de sus abuelos y que, en aquel momento, habitaban cuatro de sus tíos: Melacio, médico retirado con rasgos de poeta; Eutimia, mujer de sabiduría enciclopédica y matriarca del clan, quien había perdido el juicio mucho tiempo atrás; Caridad, ilustrada y archivera del legado de pergaminos y libros familiares; y Rosa, maestra rural que cada verano acude a cuidarles.
Caridad, sensible y cercana, conversa con el niño y le lee algunos de los escritos que atesora:
- La leyenda antiquísima de la vieja del monte y sus orígenes.
- La historia del señor de aquella tierra, Rocán, amigo de los lobos, de quien se dice que estaba afectado por el mal del Cayado; amigo del rey de León, libre y montaraz.
- Hace mil años (1020), el gobernador de León y mano derecha de Alfonso V edifica en aquel lugar, que también es el suyo, un convento donde ser enterrado. Este hombre, Fernando Flaínez, conde de Aquilare, emparentado con reyes y reinas, fragua una historia en el tiempo y es tío segundo del Cid. A la inauguración del convento, como así consta en el documento fundacional, acude el rey con su familia, entre ellos su hijo Bermudo III, que sería tristemente el último rey de León.
- Hoy se habla de un pergamino escrito en ulfilano sobre la mitología de la tierra, que relata el nacimiento del río Esla.
- La incursión del niño en el desván y lo que allí encuentra.
- Las conversaciones del viejo médico con un sobrino que le visita frecuentemente.
- La vida de este muchacho con los chicos y las gentes del pueblo.
Esto, y más, son ingredientes de la narración que se ofrece a la lectura.