Quedan lejos los arroyos y las aguas en las que el joven Narciso vio reflejada su propia imagen, lo que le llevó a la desesperación. Quizás veamos más cercanos los dispositivos y aplicaciones que también devuelven una imagen de nosotros/as mismos/as. Pero ¿nos proporcionan las pantallas un reflejo real de nosotros hacia los demás o interferimos en ese espejo para tratar de proyectar la imagen que tenemos de nosotros mismos, la ideal?
Actualmente, como le pasara a Narciso, corremos el riesgo constante de asistir a nuestro propio ensimismamiento. El exceso del reflejo propio no deja espacio para la otredad como forma de relación humana. El poeta francés Stéphane Mallarmé refería en uno de sus versos: «Triste flor que crece sola y no conoce otra emoción que su sombra en el agua mirada con atonía».
Hace tiempo que asistimos al mayor desdibujamiento de los elementos que cohesionan al ser humano como grupo social. Se produce una atomización de factores como la territorialidad, la religión, la política o la clase social, que estaría en el germen de la gran crisis de valores que padecemos. La democracia y el Estado de derecho regulan y protegen a los sujetos, como el surgimiento de la cultura en la horda primitiva de Freud. Pero no parecen suficientes, pues no proporcionan coordenadas que guíen en una dirección compartida el desarrollo de los sujetos.
Algo parecido encontramos en los distintos grupos sociales, que a menudo hacen eco de las características de sus propios individuos y líderes, sin permitir levantar la mirada y ver al otro. Por tanto, no son solo el grupo o los grupos en sí mismos los que favorecen una otredad y un progreso, sino una grupalidad constructiva que permita elaborar el desarrollo del ser humano.
Estos textos recogen las reflexiones y contenidos trabajados en las XXV Jornadas de APAG, celebradas los días 26 y 27 de abril de 2024 en Lekeitio.