Rodrigo Armentia fue el padre de mi tatarabuela. Nacido en Villafranca de Ordizia, Guipúzcoa. Aprendiz de ebanista, quedó fascinado por una caja de madera china que llegó a sus manos; tenía un cierre especial, secreto. Desentrañar el mecanismo y fabricar una caja similar le llevó varios años, pero le dotó de un conocimiento y una habilidad que marcarían su vida.
Se convirtió en fabricante de cerraduras con prestigio en toda la región. El mecanismo interior de sus inventos era de madera, engrasado con manteca de cerdo; la retranca y la carcasa, del más duro metal vizcaíno. Su renombre en la profesión le llevó a fabricar todas las cerraduras de la Ciudadela de Iruña.
La caja de madera china se la regaló una chica de origen judío. Castellano viejo él, fue libre de espíritu y se casó con la joven judeoconversa a la que no podía mantenerle la mirada. Engendraron cinco hijos —tres varones y dos hembras—; la más pequeña sería mi tatarabuela materna. Esta novela es mi pequeño homenaje.