Estamos en un mundo complejo, los engranajes del poshumanismo han contaminado los estadios iniciales de la propia materialización corporal, de manera que los nacimientos se desarrollan ahora en los habitáculos de la tecnociencia. Por primera vez, la tecnología, lo instrumental, cortocircuita las vías naturales y sensitivas de las propias madres, que parecen subordinadas, sin remisión, a la dictadura marcada por los artefactos. En este caldo de cultivo, las vivencias, las emociones ligadas a la maternidad, corren el riesgo de quedar en el campo de lo subjetivo, de lo anecdótico, en el terreno de lo puramente metafísico, mientras la realidad es dictada por la biometría de lo objetivable, por la dictadura del positivismo. Se trata de una nueva «cultura del nacimiento», de un nuevo patrón – el «parto biotecnológico» – que ha impuesto su hegemonía en los escenarios de la procreación, cortocircuitando las vías de realización de los mismos «cuerpos gestantes». Habitamos, pues, un terreno misterioso, un asunto fronterizo que irrumpe en las páginas de este texto en aras de una mayor comprensión de los metarrelatos «mayéuticos» de la modernidad.