“Después de un tiempo, a Dios se le hizo muy difícil estar en todo, así que creó a los abuelos” (Anónimo).
Un extravagante personaje, Joe El Bogavante, ha robado las sillas del abuelo de David.
Éste, junto con sus amigos, se embarcará en una maravillosa búsqueda en su intento por recuperarlas, una búsqueda plagada de enemigos y de situaciones sorprendentes que la alegre pandilla sabrá resolver en un relato desbordante de imaginación y fantasía que nos llevará a un desenlace tan inesperado como mágico.
Es este un relato rebosante de fantasía, ingenio e imaginación en el que el autor nos dibuja casi de una manera irreal todo lo que para él es importante, el amor a la familia, la amistad y la aparición de ese primer amor, esbozo ya de la pérdida de ingenuidad de la infancia.
Una historia con un nudo narrativo inquietante, donde nada es tan real como el sueño ni tan imaginario como la realidad misma y donde el lector debe asumir los roles de abuelo y nieto de forma indistinta antes de poder comprender (o no), el significado último de la historia…
Como señala Alex Hale: “Nadie puede hacer más por los niños que lo que hacen los abuelos, pues éstos son los únicos capaces de espolvorear polvo de estrellas sobre la vida de sus nietos”, rematando Norberg el aserto al asegurar que las dos experiencias más satisfactorias de la vida son ser nieto y ser abuelo.
Este es el objetivo de este cuadro impresionista del que el realismo narrativo ha desaparecido completamente y donde colores y más colores ilustran el sueño de un niño dibujado en su abuelo.
En defnitiva, el autor, a través de Joe el Bogavante, es capaz de agarrarnos de la mano y, como si de José Arcadio Buendía se tratara, logra trasladarnos a su Macondo personal, un lugar lleno de magia, fantasía, ilusión e inocencia, un lugar donde la realidad y los sueños se confunden, un lugar familiar para todos y al que todos anhelamos regresar.