Joaquín Mellado Esteban (1956) no se crio entre algodones, como muchos en aquella época, cuando el país llevaba veinte años recuperándose de una guerra. A orillas del Almonte, río áspero y reluciente en la aún más áspera llanura cacereña, abrazó a la Naturaleza, se alimentó y bebió de ella. Con cierta licencia romántica, uno podría decir que aún corren aquellas aguas por sus venas. Aquella Naturaleza, a la que nunca pudo albergar rencor, escapa ahora en una poesía inmediata, valiente y sin prejuicios. Ya en la primera obra, Nostalgias de Extremadura, pudimos apreciar el aroma agreste y bucólico de sus versos. Nostalgia la suya que arreciaba mientras trabajaba en Sevilla. El tan añorado como áspero río surgía de su fuero interno como un ímpetu desolador y sólo sus versos podían acallar el torrente furioso. No sabemos si su familia e hijos contaminaron aquel sentimiento, pero lo que sí sabemos es que ese río impetuoso vuelve a crecer en este nuevo volumen.