Uno de los principales escollos para que se reconozca la labor del profesorado es que la sociedad tiene una visión de alumno. Todos fueron alumnos, pero casi nadie ha catado la profesión. Como el público de un ilusionista, sólo ven el resultado final y nada de lo que acontece entre bambalinas. Así nos ganamos esa fama de “no hacer nada”.
Esta es una de las muchas verdades como puños que vas a poder leer en este libro. Concebido como un pequeño spoiler dirigido a los que, en un arrebato, hayan decidido dedicar sus vidas a la docencia, pero a la postre, apto para que cualquiera que piense que los docentes llevan una vida envidiable salga de su ensoñación. ¿Por qué? Porque en esta profesión tan idealizada, el capítulo de “Dora la Exploradora” que te habías montado en tu cabeza dura tres segundos, que es lo que tarda la cruda realidad en empezar a atizarte un sopapo tras otro, y por donde menos te lo esperas. Las frases “¿quién me lo iba a decir?” y “pero ¿quién me mandaría a mí meterme en esto?” se convierten en algo tan cotidiano como tomarse un café a primera hora y una valeriana antes de “ese grupo” que te crispa los nervios.
Si después de leer este libro sigues teniendo ganas de meterte en un aula, o eres un auténtico Navy Seal de la docencia o tienes más moral que el Alcoyano. En cualquiera de los dos casos, aplaudimos tu elección.