Charlamos con el autor de Regreso: Una novela de El Funcionario, la tercera entrega de la saga de este peculiar personaje de su creación.
El Funcionario, un personaje tan complejo como curioso y atractivo. ¿De dónde le vino la inspiración para crear al protagonista de sus tres novelas?
De una idea que se me ocurrió un día: ¿Qué ocurriría si —por algún motivo— un día se te da oficialmente por muerto, pero no lo estás? A partir de ahí, usé un hecho real (el accidente de Los Rodeos) y mucho de invención para crear a El Funcionario. Le doté de un buen cerebro (era profesor de Matemáticas en la Universidad) y le hice aprender las artes robatorias de la mano de un ladrón profesional. Usé, claro está, características de varias personas que conozco para formarlo.
Le pongo en un dilema: ¿De quién está más cerca El Funcionario, de Robin Hood o del protagonista de Atrapa a un ladrón de Alfred Hitchcock?
No lo veo cerca de ninguno de los dos. Si acaso, de Robin Hood porque El Funcionario solo les roba a los ladrones, pero porque es la manera de hacerlo sin que el afectado vaya a la policía. Aclaro que los «malos», los ladrones a quienes roba, son siempre de alto nivel: trata de blancas, tráfico de drogas…
Una pregunta algo delicada. Imagine que existe un personaje real parecido al Funcionario, que no solo roba a los «malos», sino que en más de una ocasión se carga a algunos. ¿Empatizaría usted con su causa?
Estoy tentado de decir que sí, pero, como se sabe, es un viejo dilema moral: ¿es lícito el tiranicidio? ¿Aprobaríamos el asesinato de Hitler antes de que empezase la II Guerra Mundial y el Holocausto?
En cualquier caso, me gusta que, al menos en la ficción, exista la justicia poética: El Funcionario solo mata a asesinos o en defensa propia.
En Regreso: Una novela de El Funcionario, nos muestra a su personaje en el ocaso de su carrera criminal, convertido ya en un sexagenario jubilado alejado del mundanal ruido. ¿Ha acabado usted con él o aún nos queda alguna sorpresa?
No quiero acabar con él. De hecho, estoy ya en medio de la cuarta novela en la que retrocedo a 1992. No me gusta que los autores maten a sus personajes, como hizo Conan Doyle.
La secuencia de las novelas hasta ahora es 1980, 1982, 2016 y 1992 y, probablemente, la siguiente estará ambientada también en los años 90.
Detrás de esta novela hay un gran trabajo de investigación y contextualización, que permite matizar y construir con alto grado de detalle los personajes y las tramas. ¿Cómo fue el trabajo de documentación?
La documentación es la parte más divertida de escribir una novela. Regreso la escribí porque pasé un invierno en la Costa Brava y leí y comenté muchas veces con amigos y conocidos sobre la presencia de la llamada «mafia rusa» en la zona. El asunto es, ya de por sí, novelesco así es que solo tuve que inventar una trama que incluyera a mi personaje.
Me esfuerzo porque las armas, los coches o los acontecimientos que aparecen en la novela sean lo más reales posible. Desde luego, Internet ha simplificado muchísimo la labor de documentación: la ha hecho más fácil y más accesible
¿Cómo ve usted el estado de la novela policíaca en la actualidad y en nuestro país, donde nunca ha sido un género demasiado desarrollado?
Me remito a un artículo mío, bastante citado en internet (Evolución de la novela negra: del detective duro al monstruo educado) en el que advierto de que la novela negra solo se produce en sociedades industrialmente desarrolladas. En España, ese desarrollo no se produjo hasta muy avanzado el franquismo y, por eso, casi lo único que teníamos hasta entonces eran las novelas de Plinio, el maravilloso personaje de Francisco García Pavón, que no era novela negra. Después vinieron Vázquez Montalbán, Juan Madrid y otros (no quiero olvidarme de nadie) hasta llegar a Lorenzo Silva, Dolores Redondo y demás.
La novela policíaca es la novela que más me interesa, ya que no le queda más remedio que huir de lo «literario» para centrarse en contar una historia. Para mí, la novela no es un género artístico, sino artesano, aunque a veces se logre el arte. Debo decir que soy muy aficionado a la novela norteamericana contemporánea: Jeffery Deaver, Michael Connelly, Lee Child… Y también a los clásicos, por supuesto. Tengo la fortuna, además, de poder leerlos en su lengua original, lo que me permite percibir el estilo, cosa que la traducción enmascara.
Cambiando de tema, en un mundo global e interconectado como este, la relación entre los autores y los lectores ha cambiado gracias a las redes sociales. ¿Cómo vive usted este trascendental cambio?
No he recibido hasta ahora demasiada retroalimentación de mis lectores. Probablemente se deba a que, a pesar de ser muy tecnófilo, no utilizo en exceso las llamadas «redes sociales», que muchas veces son «asociales». Prácticamente, solo uso Facebook.