He aquí la basada historia que me precede. Basada en hechos auténticos. Os la comparto, como ejercicio de terapia mío. Segurísimo que dará lugar a división de opiniones: habrá quien empatice y esté conmigo; otros, no tanto; otros directamente no escatimarán en “dejarse la saliva” para malmentarme en sus murmullos. No sé, no sé. Vosotros, lectores, seréis los jueces…
Desde luego, que os invito a que os animéis a comprar mi extraordinaria historia como muy poco y a que, siendo imparciales, me comentéis en la siguiente dirección: juandeescritor@gmail.com
Por medio toda una trepidante travesía de méritos y desventuras. Brotado entre el caldo de cultivo de un núcleo familiar crispado por mi progenitor y viendo cómo todo se hacía a su merced… Si no, palos al canto, incluyéndome a mí, sobre todo con grandes amenazas cuando llegase a mi mayoría de edad, repercutiéndome en que por la obcecada educación que recibí protagonizase a la larga actos de heteroagresividad e incluso de chiquitico también, porque me lo tomaba como un juego…
Durante mi infancia, para mi perjuicio, fui víctima del acoso escolar, más bien denominado bullying, almacenándolo en “mi disco duro”, para terminar, rebotándome y calmando mi sed de venganza antes o después… Llegada mi pubertad, mi familia ya desestructurada desde mi preadolescencia, fue cuando pronuncié la coraza del nuevo rol que había adoptado desde la rotación de vida consecuente al divorcio de mis padres, pero con muchísimo más énfasis en mi entrada al instituto y demás… Viví, sin haberlo vaticinado inmensamente popular entre mis iguales, que era lo que buscaba y me frustraba.
Sufrí un TCE, nada ni menos que cortándome de cuajo, mi hallazgo a tratar de coronar la élite del motocross. Un accidente en moto fue el que lo produjo y, que si no mal recuerdo, he ahí mi principal trauma: Yo iba de ocupante en la moto y no como la versión de él, a quien lo tomé como perfecto colega, que lo niega…
Y no solo casi me hizo morir, sino que el muy descarado e insensible me traicionó y esmoronó emparejándose con la también traicionera y olvidadiza del amor, para mi asombro, novia mía de aquella época, y cuando más los necesitaba a ambos…
Pues bien, desde entonces mi vida es una continua mochila sin fondo en la que voy cargando a cuestas vejaciones y otros menosprecios a mansalva. Y como plato fuerte de la indigestión de mi vida, a mi único hijo que tuve con un segundo amor me han impedido, alegando mi ennegrecido pasado, tiznado presente y construyéndome así un muro hacía él, que lo conozca todavía. Me encarcelaron por desencadenarme en ira, pero escarmenté; e, inimaginablemente, entre que escarmenté y no escarmenté, tuve que sobreponerme en supervivencia desde la precariedad casi absoluta. Resurgiendo del abismo tan agradecido a la vida como aleccionado de mis errores.
En conclusión: Me crié en un oscuro pozo, me reté a escalarlo y, aunque no veía la luz, jamás dejé de creer en mí, ni creí que rehacerme de tanto batacazo con los que me topaba cuando lo escalaba fuera imposible. Así hasta una vez postulado en la superfcie, que me establecí un “principio del fin”.