Esta novela nos sumerge en el universo sociocultural, educativo y político de dos países, uno africano y otro europeo, que, a pesar de las numerosas diferencias que les caracterizan, como puede ser la de la diferencia geográfica, tienen mucho en común.
En el prólogo de su novela Le Rouge et le Noir, decía Stendhal que una novela una novela es un espejo que se pasea a lo largo de un camino. La novela como espejo es una constante estética a partir de la que el escritor desarrolla su habilidad de reproducir creativamente el mundo que le rodea. No hay país para negros no es, pues, una excepción. Encaminada hacia el realismo, tendencia estética que manifiesta interés primordial por la observación del mundo, en su triple dimensión biológica, psicológica y social, y su representación en la obra de arte, la presente novela es un puente, un retrato contemporáneo de dos mundos, dos universos, dos sociedades, dos continentes, dos países geográficamente lejanos, uno europeo y otro africano. Esos dos universos tan lejanos y tan diferentes son, pues, los dos puntos de referencias a través de los que Oscar KEM-MEKAH KADZUE ha viajado en el mundo de la creación literaria, partiendo de espacios sociotemporales reales, si bien en algunas ocasiones no los nombra explícitamente, y de personajes ficticios con ideales bien determinados. Kadzue Paul, es uno de ellos, cabeza de una familia bamileké que tiene que navegar a contracorriente en el mar de perplejidades que es la vida. Esa familia tiene que confrontarse a las tradiciones, a la modernidad, a las opiniones de la gente, a las realidades del sistema sociopolitico y sociocultural, e incluso tienen que lidiar con el sentido común. Para esa familia, el sentido comun es el común de todos los sentidos, como bien se titula el primer capítulo. El lector viajará en las sociedades rurales y urbanas subsaharianas, y se adentratará en sus realidades socioculturales, socioeconómicas, socioeducaticas y sociopolíticas. Por otra parte, en compañía de uno de los protagonistas de la novela, el lector de este libro emprenderá otro viaje, pero está vez en tierras españolas, concretamente catalanas, que le hará vivir en primera persona no solo lo que significa ser una persona negra residente en Europa, España, Cataluña, sino también le hará meditar sobre sus privilegios, su cosmovisión y su relación con el mundo que le rodea. En pocas palabras, esta novela nos sumerge en el universo sociocultural, educativo y político de dos países, uno africano y otro europeo, que, a pesar de las numerosas diferencias que les caracterizan, como puede ser la de la diferencia geográfica, tienen mucho en común. A modo de puente o espejo con dos ángulos, el autor hace hincapié en los aspectos positivos y negativos de cada sociedad con el fin de llevarnos a ser más reflexivos, más conscientes y más contundentes a la hora darle el camino que queremos para un mundo globalizado donde reinen valores humanos como el viaje, la interculturalidad, la convivencia, el mestizaje, el conocimiento de sí mismo y de la alteridad, la aceptación, la solidaridad, la empatía, la armonía, el respeto, la humildad, la honestidad, la familia, la meritocracia, la igualdad, la justicia, la espiritualidad, la felicidad, etc. En pocas palabras, el humanismo.