Hacer el bien puede sentarte muy mal, y más cuando te educan para que todo sea como Dios quiera que sea y su voluntad se antepone a la tuya para que tu vida acabe siendo una mierda.
Paco, el protagonista de esta divertida historia, harto de ser un pobre desgraciado al que su triste existencia solo le ofreció lo que cualquier otro le acababa prometiendo, decide por fin un mal día dejar ya de engañarse a si mismo y buscar esa única verdad que tanto miedo le dio siempre escuchar y nunca se atrevió a decirse. Cansado de mirarse al espejo y no gustarle lo que veía, se atreverá a romperlo para que su no suerte al saltar a la plaza y coger al toro de su vida por los cuernos, lo pueda este pillar y matar. Tal vez, para él, versado de que su mente nunca sabrá bien interpretar lo que su corazón quiere continuamente decirle, morir represente ese perdón que nunca antes se procesó y que tanto necesita. Quizás así pueda, al menos por un tiempo muerto, dejar de ser ese capullo que floreció a rosa para pincharse con sus propias espinas. Igual así acabe convertido en un alma que, más relajada, sin rumbo y a la deriva, pueda vagar desconsolada en ese otro nuevo mundo que seguramente también le venga grande.
Morir, a uno, puede llegar a cambiarlo mucho. A veces, hasta para peor. Y es que, aún en muerte, se puede llegar a ser… muy pobre de espíritu. Sí, hay señales que es mejor obviar.
“Desde esa nueva oscuridad regresarás a la luz; nacerás otra vez y serás como nunca supiste o pudiste, como nunca imaginaste, como siempre te hubiera gustado”. Otra oveja negra.