Los adverbios eran una de sus debilidades y motivo de frecuentes debates.
Decía que, de acuerdo con la definición que los físicos hacen de la simetría, los adverbios eran simétricos porque eran invariantes.
A diferencia de las otras palabras, tenían un único significado: podías colocarlos junto a cualquier verbo o adjetivo y siempre significaban lo mismo: prácticamente nada.
Al menos, nada realmente preciso.
Una buena parte de los adverbios le parecían verdaderos monumentos a la ambigüedad que tanto le desagradaba porque entraban en colisión con una de sus perlas: “La precisión es belleza”.
Era raro que dejara escapar su aversión por los adverbios, en especial los de cantidad y tiempo cuando conversaba con alguien, aunque reconocía que era imposible evitar su uso.
Eran una verdadera locura.
—Los adverbios deberían llamarse adverbias.
—¿Por qué?
—¿Cuánto es mucho?
Mirada de extrañeza.
—Los adverbios deberían ser femeninos.
Mirada de extrañeza.
—Sí. Los adverbios deberían ser femeninos; con ellos me pasa como con las mujeres. No puedo vivir con ellos ni sin ellos y casi nunca estoy seguro de lo que significan.