«El mundo no vuelve a ser el mismo cuando le agregamos un buen poema», dijo en cierta ocasión en gran Dylan Thomas. Sabía lo que decía. Con su magnífica —y escasa— obra poética contribuyó a cambiar un mundo que quería cambiar —sobre todo por la enorme influencia que tuvo en la aparición de los movimientos contraculturales que sacudieron Europa y Estados Unidos desde mediados de los años cincuenta— y que, como era de esperar, no cambió demasiado. Él no pudo verlo. Murió a los 39 años de una neumonía provocada por su mala vida. Lo último que dijo fue «he bebido 18 vasos de whisky, creo que es todo un récord». Pero su poesía, y su cambio prometido, permanecen.
Y es que la poesía, la buena poesía, se hace fuerte en la mente y en el alma de los que saben apreciarla.
Dicho esto, hablemos de Donde el alma se esconde, la maravillosa antología de versos y cicatrices que ha escrito Inés Peral. Sí. Versos y cicatrices. Porque la poesía surge tanto del amor como del llanto. Con leer la primera colección que nos ofrece esta poetisa, dedicada a la memoria de su madre, queda más que clara esta idea. La poesía cura, cicatriza, alivia al alma dañada, tanto a la del que construye los versos como a la del que los recibe. Cauteriza, sacia y alivia a las almas afligidas que no saben los porqués o que, al contrario, los conocen demasiado bien. «Hoy que mi fe vacila / como una tenue llama… / necesito creer que alguna estrella, pudiera ser tu alma». Sacia, sí, la angustia vital, la náusea existencial de la que hablaba el francés aquel.
Canaliza. La poesía, y en especial la de Inés Peral, canaliza. Ideas, nostalgias, pasiones, sentimientos, llantos, vida. Todo eso y mucho más. Recuerdos y soledades, infancias e ilusiones, dolores y adioses, reencuentros y despedidas. «Todo queda inconcluso, ¡todo! menos la pena». Intentos de aprehender un mundo que se escapa con el tiempo y al que, solo de vez en cuando, podemos agarrarnos. «Y siento miedo de perderme en sueños / por los extensos campos de la Mancha, aunque presiento un mundo de “Quijotes” / donde poder hallar luz para el alma».
Luz para el alma. De eso se trata.
Pero el verso libre de esta autora va mucho más allá.
Con sus poemas, Inés nos habla de la esperanza esquiva, de los gallos que construyen los amaneceres, de los ojos olvidados, de los amores conjugados, de los amigos que se fueron, de los arcoíris sin pintar, de las lágrimas del poeta, de los poetas muertos, del dolor por su antigua indiferencia, de las heridas sin sutura, del tiempo danzarín que nos lleva, de las primaveras que aniquilan los inviernos, de la destrucción del aire y de su niño inexistente.
Con sus poemas, Inés, nos lleva de viaje. Desde los campos de flores de Holanda a las guanches canarias, pasando por la Galicia de las meigas, el Montjuic dolorido, las montañas cántabras, o el sagrado Mare Nostrum. Y, como no podía ser de otro modo, «la bella Andalucía», la Andalucía de las soleás y del quejío, del sudor de los aceites y el dolor de las saetas, de las gargantas secas y de las noches de lunas, de las « rosas y claveles, jazmines y azucenas», del Jesús en el madero y la gitana del Sacromonte.
Pero también nos acompaña, como perfecto cicerone, en el viaje más difícil de todos: el viaje hacia nosotros mismos, hacia lo que somos, fuimos y, quizás, seremos. Un viaje que pasa por reencontrarnos con nuestras almas escondidas. «Para salvar la voz de la conciencia gritará ¡Libertad!, y el gran silencio se quebrará, rompiendo los sepulcros donde duerme el dolor el sueño eterno».
Con sus poemas, Inés nos quiere transmitir ideas, desde el ocaso del mundo rural, al suicidio colectivo al que nosotros, humanos demasiado humanos, no estamos condenando por destruir esta tierra-madre por la que deambulamos unos años. «Se cuelgan las conciencias en los confesionarios, mientras el hombre arroja su futuro al abismo». Su verso se vuelve compromiso y autocrítica, y nos pone delante un espejo en el que nos vemos reflejados, a veces con un realismo tan apabullante como terrorífico, pero también como una versión deformada de nosotros mismos que, quizás, y solo quizás, sea más auténtica de lo que pensamos. Compromiso con un mundo que se ha vuelto loco y que cada vez cuesta más entender, pero también con la infinita esperanza de que no todo está perdido. «Es tiempo que el deshielo de nuestra indiferencia, se convierta en torrente de amor y de amistad / sin salpicar de lodo el don de la clemencia, don que conduce al campo de nuestra libertad».
Ella misma lo dice en la web de la editorial Círculo Rojo, donde ha publicado este Donde el alma se esconde: «La poesía, para mí fue como la ley de Arquímedes, él dijo, “dame una palanca y moveré el mundo”, yo digo, “dame una poesía y rozaré el milagro”».
En definitiva, una extensa antología de versos —y cicatrices— que hará las delicias de todo aquel que se atreva a sumergirse en sus aguas, a veces calmadas, a veces revueltas, pero siempre reconfortantes y luminosas.
«En el lugar de flores vi plantar arsenales».
Pequeño esbozo autobiográfico:
La poesía, para mí fue como la ley de Arquímedes, él dijo, “dame una palanca y moveré el mundo”, yo digo, “dame una poesía y rozaré el milagro”. Desde muy pequeña amé la literatura, y de ella la poesía. He admirado a tantos poetas, que la lista sería interminable. Espronceda, José Zorrilla, Los hermanos Machado, Carolina Coronado, José Hierro. Recuerdo siendo muy niña, que leí un poema de Gustavo Adolfo Bécquer, y el milagro se hizo en mí, desde ese día, jamás escondí un solo sentimiento mío. Mis vivencias tristes o felices serían desde entonces plasmadas en mis poemas.
Hoy podríamos decir que las distancias no existen, gracias a que las técnicas actuales nos permiten entrar en cada hogar y llegar a aquellos lugares donde nuestra obra sea bien recibida. Quiero con ello acercar este poemario, que con tanta ilusión fui escribiendo con el deseo de compartir con toda aquella persona que tenga el deseo de conocer mi poesía. Desde mi niñez, en el momento en que aprendí a leer y a escribir, entendí que la literatura en todas sus facetas es un medio maravilloso que nos lleva a describir todos los sueños que tenemos en el alma.
Cada poema es un parto del alma, y una felicidad es mostrarlo, para que los amantes de la poesía encuentren lenitivo al dolor que causan las traiciones, los desengaños y los problemas que la vida impone en el ritmo diario. Encontrémonos como hermanos que todos somos para lograr hacer un mundo más equitativo, más feliz y más humano.