«Para el dios, bello todo y bueno y justo es; los hombres juzgan lo uno injusto, lo otro justo» (Heráclito). La verdad, por trivial que sea, siempre hay que contarla, descubriéndola de nuevo una y otra vez.
Este libro no evoca la verdad trivial hoy reconocida como la única aceptable en cuanto demostrable por fórmulas numéricas exactas, estadísticas y opiniones mayoritarias. El título hace referencia a realidades sabidas mucho antes de que el hombre se convirtiese en esa grotesca prótesis de sí misma en que consiste hoy la humanidad civilizada.
Que el mundo no es uno, eso lo llegará a saber mejor que nadie el niño pequeño en cuyo cuerpo orgánico in utero habitan la ancianidad y la muerte. Que el hombre es una multiplicidad de procesos no fijados a priori, eso lo sabe cualquiera que no se haya entumecido hasta el punto de convertirse en receptor pasivo de señales informativas. Que la vida es una amenaza a la vida que sólo se resuelve con la supresión de la vida, eso lo llega a saber cualquiera a través de la nada ilustrada memoria de un dolor de estómago o de un libro de historia.
Que el ser no es, que la nada, bienaventuranza suprema, asedia el ser y le señala su camino de conocimiento; que el hombre sólo es hombre cuando sufre por lo que lo supera; que el amor es una verdad indestructible y, por ello mismo, destructiva; que la servidumbre del hombre a los más abyectos poderes mundanos es nada y la evocación de esa nada los aniquila con tan sólo nombrarla, todo eso que algunos saben y nunca necesita demostración racional, eso, justamente eso y nada más que eso, irreductible resistencia a toda imposición violenta de una verdad cualquiera, es lo que intentan recordar estos textos fugaces, a veces cruelmente punitivos y rencorosos con su propio autor, convocados aquí en una suerte de hechizo esotérico personal, abriendo la posibilidad de otra experiencia de vida, la que asumiría como fuerza esa nada que nos supera y nos constituye, necesaria, irrevocablemente y para siempre.