Vivimos tiempos oscuros. Todos somos iguales. Hay esperanza.
Ese sería el leit motiv que recorre transversalmente todas y cada una de las páginas de este libro, Pueblo humilde, de la autora madrileña Leticia Rodríguez, recientemente publicado por la Editorial Círculo Rojo. Todos somos iguales o, al menos, deberíamos serlo. Y somos iguales porque todos andamos por el estrecho cable de la vida, intentando mantener el equilibrio e intentando contrarrestar los vaivenes y las sacudidas que se producen en este dichoso alambre. Y por mucho que consideremos, orgullosos y altivos, que «eso no nos puede pasar a nosotros», todos estamos en riesgo de perder el equilibrio y caer al vacío. La vida da muchas vueltas, nos dice en reiteradas ocasiones Leticia Rodríguez.
El vacío se manifiesta en nuestra sociedad de muchas maneras, desde la exclusión social que sufren determinados colectivos, contra la que lucha activa y profesionalmente nuestra autora, hasta la perdida de libertad en las prisiones, pasando por los que se ven obligados a vivir en la calle, las que tienen que vender su cuerpo obligadas, o los que vienen desde fuera buscando cobijo y trabajo y solo encuentran miseria. Y todos, por lejos que creamos estar, estamos demasiado cerca del abismo. Ese mensaje es, a mi entender, el que te quedaba después de terminar esta realista y necesaria obra.
Una excelente prueba de este frágil equilibrio fue la crisis económica que se inició en 2008, de la que, digan lo que digan algunos, no hemos terminado de salir —y eso que los más agoreros ya anuncian la inminente llegada de una nueva depresión económica—. Las consecuencias, como suele ser habitual, la vivieron las clases menos favorecidas. Se produjeron cientos de miles de despidos y desahucios, se rebajaron los salarios y se perdieron derechos y servicios sociales por culpa de los malditos recortes que realizaron los gobernantes de turno. Y, como siempre, los que menos tenían sufrieron los golpes más duros de la bestia, mientras que los ricos y poderosos… Ya saben. Nada nuevo.
Pero Leticia va más allá, y en este apasionante recorrido por los males de nuestros tiempos, que hunden sus raíces en el paradójico y contradictorio siglo XX, nos habla de muchas otras cosas. Por ejemplo, hace un interesante recorrido por esos días internacionales «creados» por la ONU, planteándose lo injustas que son, a veces, estas conmemoraciones, y alertando sobre la posibilidad de que se repitan errores del pasado, como el holocausto judío, en el que, como bien expresa Leticia, no solo murieron judíos, sino también un elevado número de gitanos y otras etnias. Pero también destaca la importancia de algunos de estos días, como el día internacional de la epilepsia (el segundo lunes de cada febrero), enfermedad que padece Leticia y con la que está especialmente sensibilizada; el día de la cero discriminación (1 de marzo), al que también concede una importancia destacada, entre otras cosas porque existe discriminación de muy diversos tipos en todos los estratos de nuestras sociedades; el día internacional de la Madre Tierra (22 de abril), al que deberíamos dar mucha más trascendencia de la que tiene; el día del orgullo LGTB (28 de junio), el día mundial contra la trata de blancas (30 de julio), el día internacional de la erradicación de la pobreza (17 de octubre), el día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer (25 de noviembre) o el día internacional de las personas con discapacidad (3 de diciembre). Leticia expresa en Pueblo Humilde una gran preocupación por los temas y problemas que se conmemoran y pretenden atajar simbólicamente en esta serie de días, apelando a las instituciones políticas y sociales para que desarrollen los mecanismos necesarios para acabar con estas lacras que, en último término, conducen a la desigualdad y a la discriminación.
Curiosamente, crítica de forma lúcida la celebración del día de Navidad, que, en lugar de ser lo que tradicionalmente ha sido y lo que debería ser, se ha convertido en una conmemoración del consumo.
Pero, quizás la parte más sobresaliente y destacable de Pueblo humilde sea la dedicada a una serie de historias de ficción/no ficción —habría que ver qué son exactamente…— relacionadas con la inclusión y las diferentes problemáticas sociales que Leticia trata en esta obra, desde el paro a la prostitución, pasando por la droga, el hambre, el SIDA, los desahucios o toda la problemática que tienen que vivir los migrantes. No es mi intención hacer spoiler, pero algunas de ellas, como la de Virginia o de la Rachid, merecen mucho la pena.
Historias tristes pero esperanzadoras. Historias de un mundo opresor y masoquista que, en cambio, dejan una puerta abierta a un futuro, si no exitoso, al menos, razonablemente positivo. Historias que, al menos a mí, me han recordado a esas imágenes tan manidas, pero tan acertadas, en las que una pequeña plantita flota entre una grieta en el asfalto, demostrando que la vida, como la esperanza, como el amor, o como la paz, se abre camino pese a todo. Historias que nos ayudan a ver el vaso medio lleno, aunque en realidad esté casi vacío.
Un detalle importante, y que honra a la autora de esta obra, es que todos los beneficios que genere este libro irán para la asociación Diwork (http://www.asociaciondiwork.org/), de la que es cofundadora, destinada a ayudar a personas con diversidad funcional, a favorecer la integración de las víctimas de tráfico humano y a prevenir y reducir el número de personas sin hogar.