Cosas del destino. Termino esta reseña, precisamente, un 14 de febrero, día de los enamorados; uno de esos días que por culpa del dichoso mercantilismo capitalista se ha convertido en algo muy distinto de lo que debería ser, una celebración del amor. Tampoco hay que engañarse. El amor no es algo que se deba demostrar solo una vez cada 365 días (dos si celebramos la Navidad), siguiendo los dictados de los grandes centros comerciales, de los fabricantes de bombones y de las floristerías, sino algo que hay que celebrar constantemente. «Sí, claro, eso lo dices porque tienes pareja y porque eres feliz con ella», podría decir alguno que por desgracia no goce del amor en su vida, y tendría razón. Es obvio, pero, aunque suene manido, no se trata solo de amor conyugal. El amor está en todas partes —releyendo esto lo veo aún más manido; solo trataba de ayudar…
Sea como fuere, el amor ha sido, es y seguirá siendo uno de los grandes temas de la creación humana y, en especial, de la literatura. Y sobre el amor, o sobre un amor, gira esta magnífica obra poliédrica de Beatriz Marcos Campos, Mi mundo contigo, recientemente editada por la Editorial Círculo Rojo.
Se trata de una obra poética distinta, sincera, cercana, amable, directa, visceral, pura y atenta, una obra que se lee con la sonrisa en la boca del que empatiza con lo que está leyendo, ya sea porque lo ha vivido, porque lo está viviendo o porque lo quiere vivir. El verso de Beatriz Marcos, a veces libres, a veces métrico, pero siempre hondado y directo, habla de situaciones que todos y cada uno de nosotros hemos experimentado en alguna ocasión.
Vendavales de veranos ficticios, emociones latiendo al unísono, amores sin espinas, manos que queman los miedos, promesas paradójicas de prometer prometerse nada, huracanes de almas en celo, confianzas traidoras, besos que se dejan para luego, almas divididas en cuerpos distintos, perfumes que rememoran lo perdido, nuevos caminos que cruzan antiguos senderos.
Pero también hay prosa en Mi mundo contigo. Y hay mucho de filosofía y de reflexión sobre la vida y sus grandes misterios. Y en especial, sobre una de las quimeras que más quebraderos de cabeza han provocado en todos aquellos atrevidos que han osado enfrentarse a las dos grandes preguntas: ¿por qué estamos aquí? ¿Cómo se consigue la felicidad?
«La vida al final no es más que eso, hacer de tu día a día la vida que siempre soñaste», se plantea Beatriz Marcos. «Hacer que valga la pena». Pero hay más. Nos queda el amor. El amor que da vida y que sacia como sacia el alimento al hambriento. Hay que luchar por los sueños y hay que luchar por realizarse, pero nada de eso tiene sentido sin el amor, sin ese baile de máscaras en el que nos entregamos y se nos entregan. «Amar es de valientes», comenta la autora. De valientes que se lanzan al vacío esperando ser rescatados por alguien, por ese alguien particular, ese alguien que, a la vez, es vacío.
Sí, el amor se rompe a veces. No siempre hay alguien para salvarnos de la caída o no siempre se quedan. Pero eso es la vida. Lo impredecible. Una ruleta en la que a veces ganamos y a veces perdemos, pero de la que no tenemos todo el control. No estamos al mando, no controlamos la ruleta ni podemos amañarla, pero no nos queda otra que jugar. «Haciendo tangible lo intangible».
Y sí, también. La vida al final se acaba. Pero esto no nos puede llevar a la desidia y a la ataraxia. Al contrario, esto debe ser el motor de la vida. La vida se acaba y el amor, a veces. Si tenemos esto claro, sabremos aprovechar el momento, involucrándonos cada segundo en lo que nos rodea y los que nos rodean. Carpe diem tempus fugit, dijo el poeta latino… Y tenía razón.
En definitiva, tanto en su lúcida y vivida poesía como en su reflexiva y melancólica prosa, Beatriz Marcos se desenvuelve con la soltura y la seguridad del que parece llevar haciéndolo toda la vida. No duden en hacerse con esta pequeña joyita, Mi mundo contigo, que aunque es limitada en páginas, es grandiosa en reflexiones y sentimientos. Ya saben, lo breve, si bueno, dos veces bueno.
Como muestra, un botón:
Quiero tocarte sin miedo.
Quiero morder tus silencios.
Quiero robar tus momentos.
Quiero quemarme en tu fuego.
Pero sobre todas las cosas, ¿sabes lo que más quiero?
Quiero que seas eterno.