Mr. Bentlhey, en su infancia grumete en un navío británico y más tarde afamado abogado, miembro de la Corte Suprema inglesa, aunque retirado de sus funciones por edad, decidió, ahora que disponía de más tiempo, emprender la difícil tarea de investigar sus orígenes. En esa búsqueda se encontró en la encrucijada de no saber por dónde dar comienzo. Una foto, desechada por un marino corso de la cartera sustraída a un hombre en el puerto, siempre la llevó con él. La custodió pensando que, de quien fuera, la había perdido y para él, al no tener recuerdo alguno de su procedencia, sería su amuleto.
Prendida siempre en su ropa para no perderla, pensaba que quizás le ayudaría a encontrar sus raíces e incluso a su propia familia, de la que no tenía el más mínimo conocimiento de dónde era o si pudiera existir.
Aquella foto que, en momentos de pánico en medio del océano asía con fuerza e incluso pedía protección a quien ni siquiera conocía, le daba la confanza sufciente como para pensar en su inestimable ayuda.