Estamos ante un libro que nos plantea un futuro con robots, tal vez muy rentable para algunos, pero deshumanizante para muchos. El problema es si los robots pueden y deben decidir algo, una cuestión todavía no resuelta a nivel práctico.
Se han elegido tres ubicaciones completamente distintas para poder llevar a cabo esta historia. La primera de ellas, Madrid. Posee dos grandes virtudes: la escasa capacidad de asombro de sus habitantes frente a cualquier novedad (Madrid es una ciudad acogedora, muy acogedora) y un enorme peso histórico en momentos especialmente importantes para el desarrollo cultural y económico de nuestro mundo.
Hablar de Cuzco o Cusco y el Valle Sagrado de los Incas es fundamental por la sugerencia enigmática de un probable, o al menos posible, pasado brillante. Finalmente, Medina y La Meca, ciudades sagradas del islam que representan lo inmutable, pero que en un momento dado sufren el impacto tremendo de la ciencia.
La búsqueda de soluciones al progreso inevitable de la ciencia, el empleo adecuado de los recursos en bien de todos y no solamente de unos pocos y, sobre todo, la capacidad de respuesta a la globalización nos lleva a pensar si tal vez lo que se esté buscando es un mundo feliz, como el de Huxley, en el que unos pocos pastorean a unos muchos.
Vivimos en una mentira permanente. Los políticos abusan de las ideologías porque cada vez tienen menos ideas. Se va imponiendo poco a poco la oclocracia de Aristóteles, un mundo gobernado por muchedumbres incultas y engañadas que son manejadas por una élite egoísta y malvada. ¿Hay salida? Parece que sí, pero es imprescindible controlar las ofertas que nos van presentando. Por otra parte, este libro es entretenido y lleno de espías y proyectos. Es una novela que cuesta trabajo soltar, una vez que se ha empezado a leer. Un buen motivo para hacerse uno preguntas disfrutando a la vez.