En el relato-leyenda de Bécquer de carácter oriental, titulado Apólogo, leemos: «Siva, el genio destructor», que pretendía aniquilar a la humanidad entera, completamente desmoralizada, interroga finalmente a «Visnú, la potencia conservadora», que había hecho «sorber por la nariz aquella especie de éter mágico» a dicha humanidad atormentada: «“¿Qué diantre les has dado a estos imbéciles, que ayer estaban todos mustios, cabizbajos y llenos de la conciencia de su pequeñez, y hoy andan con la frente erguida (…) creyéndose cada uno cual un dios?”. Visnú, con mucha sorna (…) le dijo en voz muy baja: “Les he dado el amor propio”». He aquí la sencilla respuesta que Bécquer tanto anda buscando a sus devaneos de carácter poético-religioso-amoroso, y que la tiene eclipsada en el presente relato: ¡el afecto propio!, ¡la propia afectividad!, ¡la identidad personal e intransferible de cada individuo!, esto es, ¡querer al propio corazón!, ¡querer al propio corazón sobre todas las cosas!, que es el auténtico punto principal de estabilidad y solidez psicológicas y emocionales del individuo. ¡Querer al corazón que yo soy! ¡Querer a la entidad cardiaca que soy yo! El corazón, la clave de la conciencia humana, la clave anímica por excelencia, la clave existencial, Bécquer, al igual que Larra, lo tiene psicológicamente desertizado.