Mientras España, desde aquel 1978, va descubriendo el modelo democrático, es a partir de 1982 cuando se fue conformando un sistema político con base en el bipartidismo que, para perpetuarse, se transmuta en «imperfecto» a la vez que mantiene a la población (de una cultura política incipiente) atenazada en un «falso dilema»; tejió a su alrededor una realidad basada en tomar medidas de auto resistencia a costa de ella, provocando la desafección entre clase política y sociedad.
Ese bipartidismo se siente libre de actuar a su antojo, pierde el sentido del deber, del actuar y resguardándose en el todo vale, o la relatividad conceptual, fomenta las instituciones dependientes que ayudan a la pervivencia del sistema.
Con sus políticas, abrió un flanco a la crisis global fnanciera, retrayendo a España al menos diez años y todo porque el establishment del momento —inmerso en la batalla de pervivencia bipartidista— no encontró puntos comunes de acción que protegiesen a las personas.
Autores, como Hume, Bodino, Berlín, Duverger, Lyotard, Feyerabend, Ortega, Frankl, Horkheimer, ayudan a mostrar como la estructuración de las actuaciones del bipartidismo responde a formas de pensamiento pretéritas que, sin hacer caso además a cómo plantearon sendas de futuro, no ha sabido adaptarse a los nuevos modelos de gestión para la diversidad humana global, la cual no desea ser tutelada por dogmas del pasado. Es la gran clase media la que pide una nueva manera de gestión ética para los asuntos públicos, en los que el foco de atención deje de ser el sistema y vuelva a las personas.