La fiesta de los toros se dibuja sobre un tablero de círculos concéntricos donde cada pieza juega un papel asignado y relevante para su correcto desarrollo. Como si de trebejos de ajedrez se tratara, la tauromaquia cuenta con sus reyes, vestidos de seda y oro, sus caballos y sus peones. Estos últimos al servicio de su matador y su maestro. Detrás de estos espadas, hay un ejército, inasequible al desaliento, de hombres románticos y gallardos, leales escuderos de su jefe de filas, que visten de plata, el color que cubre la sien de los experimentados y sabios. Salvo en honrosas y aisladas excepciones no gozan del reconocimiento que estos merecen. Estos, los banderilleros o subalternos, aman su profesión de torero por encima de todas las cosas, están entregados a ella, en cuerpo y alma, dispuestos a dar su vida sin remilgos ni condiciones.
En este ejército de terno argénteo distinguimos la figura de Pepe Pirfo como ejemplo de hombre hecho a sí mismo o self-made man, que dirían los del país de Hemingway y que consiguió realizar su particular sueño americano en las primeras plazas de América y España durante la mejor época de la historia del toreo. Una vida retratada a través del objetivo de una cámara que da voz a los pasajes que enmarcan la existencia de un torero que sembró fértil semilla en su hijo Francisco Leandro “Paquito Pirfo” y que, además, se relacionó con los personajes más ilustres y representativos del panorama internacional a través de las figuras del periodismo, el fútbol, el flamenco y, por supuesto, la tauromaquia. Dos de ellas, firman sendos artículos y entrevistas a nuestro biografiado, Pepe Pirfo, rubricados con las plumas de don Antonio Santainés y Manuel Rodríguez. ¡Ya arranca el paseíllo! ¡Que suene la música!