Cuando todas las olas habían encontrado su casa y los interrogantes quedaron huérfanos en la mañana, todo cambió.
Cuando la tranquilidad olvidó en una nube a su paradoja y las palabras ocupaban las ojeras de las ventanas, llegó el recuerdo con su boca grande de beso y su urgencia de risa.
Cuando todos los críos abandonaron la plaza y la guerra ganó la paz de todos los mares, apareció aquel niño de ojos celestes y rostro antiguo.
Cuando las oficinas llamaban al café entre las grietas de los papeles y agosto era el último tren, llegó la aurora con su falda de niña y unos labios de socorro que sabían a gloria.
Cuando el colorete de la luna lloraba entre las barcas y el alba se refugiaba en las tripas del puerto, huí y brindé contigo.
Yo estuve allí, cerca de muy lejos, en las calles de la memoria.