¿Qué pueden tener en común una centenaria y un periodista de veinticinco años? Mucho más de lo que ellos mismos suponían al conocerse.
Esta anciana lúcida y aguda, que huele agua de rosas, puede aportar lo que ha aprendido en la vida y suscitar estimulantes reflexiones. Paco, con greñas y prisas, sucumbe a la verborrea y personalidad fascinante de la anciana.
Entre ambos se creará un clima afectivo favorable a las confidencias, que les permitirá afrontar juntos problemas antiguos o recientes en una especial partida de ajedrez sobre el tablero de la conciencia.
Nadie hubiera imaginado que, entre tazas de café y de chocolate, se gestaría un proyecto de investigación periodística impulsado por una centenaria.
Y, como telón de fondo, un personaje gris, aunque se llame Celeste, cuyas fugaces apariciones vienen precedidas del sonido de sus pasos arrastrados.