El Emigrante. Cuando me aproximaba al final de la vida, desde el rellano de la mucha edad ya cumplidos los noventa y nueve años, decidí ir rompiendo escritos sin sentido de mi pasado. Pero se me ocurrió que no todos debían ser destruidos, y así fui salvando algunos de los de andar y ver a los que reuní en El Emigrante para formar el presente libro. Quizá eliminé los más interesantes y dejé los peores, los más tontos y hasta los más absurdos. Voy a complacer a un amigo que desde Tampa me lo pide. Es un hijo de don Vicente Sos Baynat. También se lo he prometido al profesor don José Manuel Fuentes. Todos los textos de aquellos que hemos tenido la valentía de publicarlos en vez de ir formando un diario, que ocultamos tal vez hasta a nuestra esposa, son como nuestras fotografías. Allí, en nuestros poemas, en nuestros cuentos, en nuestros relatos, está la vida entera, cómo éramos o cómo nosotros la vimos.