Ebria luz insepulta se abre y se cierra con dos poemas cortos sobre las deidades clásicas del día y de la noche: Helios, dios del sol y Selene, de la luna. El tema de la luz en la naturaleza, y sus diversas manifestaciones, se hace metáfora central en el libro; esa luz que cambia, se transforma, pero no desaparece nunca.
Aunque la obra se divide en tres partes, cada una contiene poemas sobre los mismos temas principales, como los dedicados a distintos artistas (Artemisia Gentileschi, Edvard Munch, Nuno Gonçalves, etc.) y a algunas ciudades abiertas (Gijón, Oporto, Madrid) o sobre el tema de la edad y el paso del tiempo. También aparece la espiritualidad milenaria o la vivencia de la finitud topográfica, más como espacio líquido del poder reinventarse (en la claridad del borde, la orilla, el litoral…) que como frontera de identidad física y cultural.