Cuando escribí Mi amigo el internacionalista, una historia cubana hace ya bastante tiempo, no lo hice pensando en un libro. Fue una forma de contar a una amiga portuguesa, que planeaba pasar sus vacaciones en Cuba, cómo vivían los cubanos. Empecé planeando una historia corta, pero terminé escribiendo muchas páginas, sin parar, como si alguien me lo estuviese dictando en silencio. Fueron varias historias cortas que resultaron en la historia de Yeyito.
Yeyito es un resumen de muchos cubanos, no solo uno. Muchos cubanos que nacieron en los 70 y cuya juventud se vio marcada por las Marchas del Pueblo Combatiente en los 80, la caída del comunismo en Europa, la llegada de los turistas capitalistas a Cuba y la despenalización de la divisa extranjera, por la que tantos jóvenes habían terminado en prisión. La aparición de nuevos personajes en las ciudades cubanas: las jineteras, los pingueros, los alquileres y toda la industria nacional para gestionar la nueva economía subterránea en la isla.
En el libro me limito a narrar la historia sin compartir o tratar de crear opinión. Lo que pienso o pensaba entonces, sobre Cuba y el comunismo, no es importante en estas páginas. A Yeyito no le importaba la política y a mí tampoco. Si teníamos que gritar «Viva Fidel» en la escuela, lo hacíamos porque tocaba, no porque nos importara Fidel. Igual gritábamos «Abajo los yanquis» cuando tocaba hacerlo y nos íbamos, después, a escuchar en la radio emisoras de Miami y a grabar canciones para las «descargas» de los sábados. Era importante tener una versión única de las canciones de Madonna, con la voz del locutor en inglés anunciando la frecuencia, la que nadie más tenía.