Estamos ante un libro extraordinario e interesantísimo, El lenguaje de la luz: El código «Jesús el Cristo», de José María Sánchez Carrión, recientemente publicada por la editorial Círculo Rojo. Un libro tan curioso y sorprendente como duro y difícil.
Todo gira en torno a dos ideas esenciales: la Luz Creadora y la Lengua de la Vida.
Que a la vez revolotean en torno a la firme convicción, luego atestiguada con evidencia, de que los Evangelios están encriptados. El propio Jesús, según plantea el autor, lo dijo cuando expresó aquello de que hay que «oír oyendo y ver viendo», indicación clara de que su mensaje estaba «redactado» o expresado en un lenguaje desconocido, es decir, en un código.
Además, este código sería poderosísimo, ya que sería capaz de sanar el alma e, incluso, el cuerpo. Por supuesto, para que esto suceda hay que conocer el código o, más bien, sentirlo, aprehenderlo. Y esto es así porque lo primero que tenemos que tener en cuenta es que nuestra alma está compuesta en parte por esa Luz de vida que inunda y exalta la creación. La misma luz proporcionada, siempre según este autor, por el Creador; la misma luz que emana de la lengua de Cristo; la misma luz creada con un claro y sencillo objetivo: nuestra salvación.
Para «captar» esta luz, soporte y base del Código de Jesús, nuestro autor empleará dos herramientas: algo que llama Hololingua, es decir, una lengua holística que permite identificar los universales que forman la Lengua de la Vida; y la fotografía AD, un curioso tipo de fotografía, inventada por Alain Masson, que, según se afirma, permite captar la Luz Creadora. Ambas herramientas, en definitiva, nos permitirán contactar con lo milagroso, con el amor universal y eterno de Cristo/Dios. Esa sería la redención a la que deben aspirar nuestras almas: reencontrarse con el Uno del que una vez fuimos parte, del que emanamos. Todos somos hijos de ese Uno, de ese Dios.
Por eso, quizás, este «método» se asemeja tanto a la mayéutica socrática. Me explico: Sócrates pensaba que el conocimiento del Todo, o del Uno, lo teníamos desde que nacíamos, escondido, blindado, silenciado, en algún lugar de nuestra mente. Ese conocimiento se podía extraer mediante la dialéctica, de una forma similar a como una matrona ayuda en el nacimiento de un nuevo ser humano. No en vano, mayéutica procede del griego maieutiké, es decir, la «técnica de asistir en los partos». Y es que, lo que se hacía realmente no era conocer ese conocimiento, sino reconocerlo. Ya lo conocíamos.
No es nada nuevo. Ya lo decía el oráculo de Delfos; ya lo gritaba Sócrates, cuando, haciendo gala de su extraordinaria ironía, dejaba claro que solo sabía que no sabía nada.
Y no es que no supiese nada, es que no sabía lo que tenía que saber porque se había distraído con otros saberes. Ya lo comentaba Platón cuando nos instaba a atrevernos a mirar al Sol directamente. Ya lo comentaba el Tao.
Así, el Código de Jesús sería la clave, nunca mejor dicho, para acceder a una verdad oculta, u ocultada, que subyace en el Evangelio y que nos permite acceder a la Luz Creadora y a la Lengua de Vida. Sería, en palabras del propio José María Sánchez Carrión, «un manual de aprendizaje de la lengua sobrenatural de salvación, de nuestra salvación», un manual que solo podrá comprender el iniciado que se preste, abierto y libremente, a hacerlo, siempre con el diáfano objetivo de conseguir la salvación. Ojo cuando el autor habla de salvación no se refiere solo a una posible vida después de la vida, sino a salvarse de los propios males de la vida, de su entropía.
Por supuesto, no es labor de este modesto y sorprendido reseñista explicar en qué consiste este código ni como se ha de desencriptar la supuesta información «secreta» contenido en los Evangelios. Para eso tendrán que leer el libro, como Dios manda.
Ojo, no será una tarea fácil. La propuesta de José María Sánchez Carrión requiere no solo de una gran capacidad de comprensión y de un amplio vocabulario. También exige calma, paciencia y atención. Por supuesto, hay momentos en los que el libro se vuelve difícil y requiere varias relecturas. No es para menos. Estamos trabajando en un nivel altísimo, lo que implica la necesidad de estar adiestrado, o de adiestrarse, para poder superar el difícil objetivo que nos propone.
En resumidas cuentas, El lenguaje de la luz es una colosal y didáctica obra, solo apta para mentes abiertas y dispuestas a replantearse no solo sus más firmes convicciones, sino su forma de ver el mundo y, yendo aún más lejos, su forma de verse y conocerse a sí mismo. Complejo, como decía, sí, pero tremendamente útil, revelador e interesante.
Una obra exegética, aunque diferente a las tradicionales exégesis que los doctos académicos han realizado de los textos neotestamentarios; diferente porque el objetivo, más que encontrar la historicidad o la veracidad de los dichos y hechos contenidos en estas obras, consiste en extraer y asumir la supuesta información oculta que contienen; consiste, si me permiten la metáfora —solo para iniciados—, en quitarle el velo a Isis y encontrar la Verdad, con mayúsculas.
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