Un oasis, una parada en la que descansas tras un largo viaje, un extraordinario refugio donde tienes la oportunidad de respirar profundamente, recapacitar, pensar sobre el camino recorrido, para mirar al futuro, un lugar para compartir todo aquello que guardas en lo más profundo de tu ser.
Estos respiros, pausas y oasis, con los que me he tropezado últimamente, son parte de un viaje, un tránsito entre la materia y el concepto, un camino que toda persona, con independencia de su actividad, debería recorrer. Un argumento necesario para hacerte preguntas y encontrar respuestas, para dar sentido a una vida, pues sin él la vida de uno nunca será completa.
Esa parada, ese oasis o tránsito, ese claro en el bosque, como lo quieras llamar, nunca es tiempo perdido, porque te hace reflexionar sobre tu propia experiencia y sobre tu obra. No es tanto el teorizar, sino expresar, pues nosotros somos los que estamos en pleno contacto con ella.
El viaje continuará mientras el arte siga vivo, siempre que haya alguien que busque en el pasado y en el presente, todo lo creado por el ser humano, bien sea arquitectura, música, teatro, literatura, cine, pintura, grabado, fotografía… y, por supuesto, escultura.