Brenda Gallard, una joven teniente del departamento de homicidios de la policía de San Francisco (California), acaba de resolver una serie de asesinatos ocurridos con un idéntico patrón criminal: la víctima siempre era una adolescente cuyo cadáver aparecía abandonado en alguno de los muchos parques de la ciudad. Un día antes del inicio de sus vacaciones –las que había postergado, por más de dos años–, Gallard recibe en su oficina la extraña visita de Erich Reitter, un exmiembro de la policía alemana, cuya insólita historia poco a poco sumerge a la detective en el oscuro trasfondo de una de las secuelas de la segunda guerra mundial: “Los retoños de una maniática obsesión de la mitología nazi que se creía ya abolida de la faz de la tierra”. Gallard, algo incrédula al principio, se hace cargo del caso; pero en la medida que avanza en la investigación se ve envuelta en una intrincada trama que ni la ciencia criminalística ni su propio ingenio pueden llegar a explicar; un enredado ovillo en cuya punta reposa la miniatura de un inerme soldado de plomo y, que gradualmente la lleva a descubrir la existencia de uno de los productos más depurados de las juventudes de hierro Hitlerianas.