«Puede que el tiempo no sea ningún ladrón, quizá sea una flecha encendida que avanza imparable siempre hacia delante, quemando el presente con una instantánea combustión en el momento mismo en que se produce, para convertirlo de inmediato en un pasado sin posible retorno».
Nada es importante por lo que dura, sino por la huella que deja.
Quizá por eso la alegría o el dolor humano poseen infinidad de aristas y pueden adoptar multitud de formas.
La Canción de la Tarántula es un viaje por la ruta de los sentimientos. Toma el tiempo y lo hace trascurrir sobre la vida y la propia naturaleza de unos personajes ficticios, que se armonizan y circulan paralelos a figuras reales, para crear una atmósfera coherente y marcar el tránsito de la existencia.
El agitado y significativo paréntesis de la historia, que abarca la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, se recrea en escenarios tan hermosos y sugerentes como Granada, Ronda y su Serranía, o las calles de Madrid, donde las intrigas, las pasiones y el inevitable rumbo de los días perfilan la trayectoria de unas biografías, a veces anónimas, sumadas a otras tan decisivas que llegaron a ser cruciales en la temperatura y el devenir de los acontecimientos. Unos protagonistas en cuyas mentes puede anidar un laberinto barroco, que encierra temores y recelos, ilusiones y bondades, o intereses y deseos inconfesables.
En La Canción de la Tarántula, la música es el lenguaje que va más allá de las palabras.