«El mundo no vuelve a ser el mismo cuando le agregamos un buen poema», dijo en cierta ocasión en gran Dylan Thomas. Sabía lo que decía. Con su magnífica —y escasa— obra poética contribuyó a cambiar un mundo que quería cambiar —sobre todo por la enorme influencia que tuvo en la aparición de los movimientos contraculturales que sacudieron Europa y Estados Unidos desde mediados de los años cincuenta— y que, como era de esperar, no cambió demasiado. Él no pudo verlo. Murió a los 39 años de una neumonía provocada por su mala vida. Lo último que dijo fue «he bebido 18 vasos de whisky, creo que es todo un récord». Pero su poesía, y su cambio prometido, permanecen.
Y es que la poesía, la buena poesía, se hace fuerte en la mente y en el alma de los que saben apreciarla.
Dicho esto, hablemos de Reflexión, la maravillosa antología de versos y cicatrices que ha escrito Pilar Prieto Miranda de Madariaga y que ha sido publicada recientemente por la editorial Círculo Rojo.
Con sus poemas, Pilar nos habla de la vida y de la muerte, de la madre que se llevó el cáncer, maldita enfermedad, dejando a su hija con la pena de saber si alguna vez supo que le quería; del tesón y el empeño que ponen los jóvenes universitarios para construirse un porvenir, pese al desaliento y los puntuales fracasos; de su hija la mayor, a quién escribió un bello poema en una Navidad ya perdida en las arenas del tiempo; de Mariano, uno de sus hijos, que abandono el nido para construir el suyo propio; de Gustavo, su otro hijo, que se fue antes de tiempo, dejando un eterno e inconsolable mar de lágrimas…
De la esperanza que depositamos en las nuevas generaciones —suerte, Iván, serán grande—, del saber que recibimos de nuestros ancestros y del respeto que se merecen, de lo importante que es la verdad en un mundo de mentiras, de la alegría que produce ver a un amigo reír, de las rosas que aspiran a no marchitarse, de las canciones que viajan por el aire de corazón en corazón, de la soledad que a veces calma, de los amigos que transforman las penas en alegrías, de las zancadillas que hacen que caigan las buenas intenciones, del llanto que producen las cebollas, de aquellos que solo quieren ser felices, de cómo pasa la vida sin darnos cuenta, del maldito tiempo que no para de correr, de los arrebatos del amado que sabe sobrellevar su amor, de lo que duele sufrir por sufrir, de las muertes que producen las malditas guerras, de la franqueza de los besos, de la tristeza de los silencios, de esa maldita enfermedad que fagocita la memoria y las vivencias de nuestros mayores, de las vueltas que da la vida, de los niños que dejaron de ser niños.
Con sus poemas, Pilar, nos lleva de viaje. Desde Toledo, la bella Toledo, la ciudad de las tres culturas, hasta el cementerio donde vive y muere aquel árbol inerte que ni siente ni padece, hasta las tierras que el labriego trabaja con sus manos agotadas y riega con sus lágrimas, hasta los verdes campos de Castilla en primavera…
Pero también nos acompaña, como perfecto cicerone, en el viaje más difícil de todos: el viaje hacia nosotros mismos, hacia lo que somos, fuimos y, quizás, seremos. Un viaje que pasa por reencontrarnos con nuestras almas escondidas.
En definitiva, una extensa y preciosa antología de versos —y cicatrices— que hará las delicias de todo aquel que se atreva a sumergirse en sus aguas, a veces calmadas, a veces revueltas, pero siempre reconfortantes y luminosas. Una delicia de libro.
«Más vale un mendrugo de pan en paz que mil langostas en discordia».