«—Ay, doña Petulia —me lamenté—. Durante mi agitada vida policial me he enfrentado a peligros que nadie podría imaginar y, sin embargo, es ahora… ahora que me encuentro a las puertas de la vejez…
—Unas puertas que traspasó hace tiempo…
—Como le decía, es ahora cuando estoy recibiendo en este aparato infernal unas amenazas anónimas cuya autoría desconozco.
—Si la conociera, no serían anónimas. No lo serían. […] Perdone, Cuernoquemado, pero se ha pasado toda la comida presumiendo de su olfato y eficacia policial, así que supongo que sabe apañárselas frente al peligro.
—No lo dude. Utilizo un viejo sistema que siempre me ha dado buen resultado.
—¿Dígame cuál?
—Apretar el culo y echar a correr. Ah, y gritar, gritar mu-cho. Si gritas mucho, tienes la sensación de que corres más deprisa. No, no ponga esa cara, doña Petulia, ante unas amenazas por guasap solo puedo apretar el culo, pero de nada me sirve correr».