La narración tiene como hilo conductor el uroboro, la pescadilla que se muerde la cola, las vidas que acaban para enlazar con otras que se inician. Así, se abre con la figura del bisabuelo de Manuel. En los inicios del siglo XX, fue un hombre visionario que se empeña en obras que acarrean rencillas pueblerinas y un trágico accidente.
Hay una vuelta de tuerca y Manuel retoma la narración en primera persona. Casualmente, se encuentra con las monjas de una extraña orden que le hacen recordar las aventuras tan cándidas como pícaras que vive con S, un amor de la juventud estudiantil.
A poco de terminar esta relación, aparece V que le presenta a Manuel una inquietante propuesta que este acepta. La nueva chica parece obsesionada por la figura de S lo que no es obstáculo para otra serie de aventuras pasionales y estrafalarias.
El relato juega a ser juvenil y hasta inocente pero, escrito desde la perspectiva de la madurez, da voz a pensamientos y vivencias que se engloban en la compleja naturaleza humana donde conviven el altruismo y la generosidad con el egoísmo y la ramplonería.