Pocos libros me han emocionado y sobrecogido tanto como este, El muro de cristal, escrito por Marta Oliver Santolaya y publicado recientemente por Editorial Círculo Rojo, es una auténtica bofetada de realidad. Por un lado, porque encaja a la perfección en ese antiguo adagio anglosajón que dice: «Stranger than fiction». Es, decir, «más extraño que la ficción», literalmente, aunque la palabra stranger tiene unas connotaciones que provocan que quizás sea más válido traducirla como «sorprendente». En resumidas cuentas, esta expresión quiere decir que la realidad, en muchas ocasiones, sorprende, por extraña, más que la ficción. Por otro lado, se trata de la realidad narrada en primera persona, con una contundencia y una sinceridad pasmosa, por su propia protagonista, lo que hace que la experiencia inmersiva sea aún mayor y que la capacidad empática del lector se dispare hasta lo más alto. Y ese sería uno de los mayores logros, de los muchos que este tiene, de esta obra: el lector, nada más comenzar a leer el libro, se pone en el lugar de la protagonista/autora y hace suyas, por lejanas que sean, sus vivencias. Y eso, sin duda, es un logro de la virtuosa pluma, aunque poco experimentada —por ahora—, de Marta Oliver.
La narración versa sobre el recorrido, el viaje, que la propia autora realizó a lo largo de varios años por distintos pabellones psiquiátricos, como consecuencia de… mejor léanlo, paso de hacer spoilers. En ese duro viaje hubo de todo. Buenos y malos momentos, experiencias terribles y maravillosas, y muchos encuentros con compañeros que, por motivos diversos, realizaban su propio viaje mental, casi siempre con salida en un realidad terrible y escalofriante. Marta Oliver desgrana, con un grado de detalle pasmoso, sus impresiones sobre todo ello, ofreciéndonos una descripción precisa, a la vez que emotiva y dinámica, de lo que es padecer una enfermedad mental y vivir en un psiquiátrico. Es decir, lo que ella misma describe como vivir tras el muro de cristal, metáfora que aplica a ambas cosas: al fino e invisible muro que separa a los enfermos mentales de esos que dicen ser normales; y el muro, menos invisible y fino, pero también de cristal, que separa los psiquiátricos del mundo exterior.
Por lo tanto, el texto tiene mucho de catarsis, de autoayuda —de la de verdad—, de terapéutico, como la propia autora repite una y otra vez. Al mostrarnos su experiencia, no solo nos ayuda a tomar conciencia de lo difícil que resulta la vida de las personas con enfermedades mentales, sino que ella misma toma conciencia de su propia experiencia vital, lo que le ayuda a cauterizar las heridas —mentales/emocionales, en este caso— y las carreteras sin salida que en su viaje ha ido dejando. Como lector—y como escritor— me fascina constatar una vez más el tremendo poder sanador que en ocasiones puede tener la palabra.
Y lo más importante, ha encontrado la esperanza y el sentido de la vida, como ella misma dice casi al final del libro: «Estoy deseando ver qué es lo que me depara el futuro».
Por otro lado, es muy de agradecer el sincero, frío, descorazonador y terrible retrato hiperrealista que Marta Oliver realiza de un submundo, el de las instituciones psiquiátricas, que tanto desconocemos los profanos y que, por si fuera poco, tanto prejuzgamos. Por mucho que podamos intuir lo que es esto, no tenemos ni la más remota idea. Al menos, antes de leer este libro. Después, sí.
Además, merece la pena destacar, ya desde una perspectiva pura y estrictamente literaria, la increíble capacidad de la autora para jugar con el humor, a veces bastante negro, cuando está narrando situaciones terribles. Por ejemplo, cuando comenta lo mucho que se pensaron los psiquiatras permitirle usar una goma para el pelo, hasta que finalmente se lo permitieron porque «supuse, no llegaba para pasar el cuello por ella»; cuando explica los dos tipos de pacientes básicos (los que saben por qué están allí y los que no), o la historia de Dolores, una esquizofrénica que conversaba con la Virgen, por citar solo algunos ejemplos.
En resumidas cuentas, Marta Oliver nos enseña el alma —su alma— y, con amor y generosidad, y grandeza literaria, y nos enseña a enseñar nuestra alma. Esa es la clave, si lo he entendido bien, de este libro. Aprender mediante el sentir ajeno a conocer el sentir propio, lo que verdaderamente somos y sentimos. Aprender que todos tenemos las mismas preguntas y que todos ansiamos las mismas respuestas. Aprender, sobre todo, que de todo se puede salir y que, al final, en eso consiste la vida, en romper esos muros de cristal que nos imponen o que, a veces, nos imponemos a nosotros mismos. Aprender que la vida es complicada y que el día menos pensado, todo puede virar…
Absolutamente recomendable.
PD. Importante señalar que los beneficios íntegros de esta obra serán donados a la Asociación de Afectados del 11M.