«Me pongo a mirar la foto con calma. A ver, Almudena, de azul. Y a su lado, mis gafas de sol sobre una cabeza, mi mismo vestido, los mismos colores de mi pañuelo… ¿Yo? Sin duda tengo que ser yo. Pero, ¿cómo es posible? No puede ser. No puedo ser esa. Esa no puedo ser yo. ¡Tengo que hacer algo!» Mencía Espronceda decide ponerse a dieta. Cuenta de una manera divertida los obstáculos y las tentaciones que se le presentan cuando se propone quitarse sus, según ella, unos cuantos kilos de más. Y es que en el supermercado, en las citas con sus amigas, en el cine, de compras…, en definitiva, en la vida real, ¡las tentaciones están por todas partes!, hasta donde menos se las espera. «Me voy a comprar un bollo. Venga, sí, que hace mucho que no como ninguno. Mencía, con lo bien que vas, con lo fácil que ha subido hoy la cremallera, ziiip. No, Mencía, no. Venga, sí, que te lo puedes permitir. Y además puedo hacer como Lola y no confesarlo en la consulta. Sí, eso, a por el bollo. Mencíaaa, Mencíaaa… me llama». Berta y sus dietas; Vega y sus modas foodies; Carlota que come poco; Almudena que se cuida para no engordar; Germán que también está a dieta. Las amigas, el marido de Mencía y hasta las personas con las que se encuentra en la sala de espera de su nutricionista consiguen que sea fácil identificarse con los personajes del libro y empatizar con ellos.