La poesía está en todas partes porque hasta los mayores desastres pueden vestirse de ella; de ahí mi mala o buena costumbre de convertir en poesía hasta mis peores latidos, esa ha sido siempre mi manera de retomar el vuelo.
El amor, como buena moneda de cambio, tiene dos caras: la que nos hace caminar entre nubes y la que nos condena a vivir sin aire una vez que se acaba; de hecho, si alguna de esas veces hubieras mordido mi corazón, habrías sabido a qué saben las nubes en un día de tormenta. La poesía es oxígeno para una piel asfixiada y aquí estoy yo dejando respirar mis poros. Los corazones se mueren cuando no pueden gritar, así que gritemos todo lo fuerte que podamos porque es la única manera de combatir el frío. A un suspiro de tu boca camina por todas las caras del amor, ese sentimiento a veces víctima, a veces verdugo, a veces libertino y otras carcelero.
Esta es la historia de la rosa que un día incendió al viento, la historia naufragada del último beso de Perséfone, el camino transitado de una sombra transformada en piel; el pálpito libre de un corazón tantas veces encadenado.