En cierta ocasión, el gran pensador indio Rabindranath Tagore, dijo, o escribió, que «la poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos». Así es. La poesía, la poesía de verdad, es pura espiritualidad, puro sentimiento, pura emoción; y eso, y nada más que eso, es lo que nos hace humanos. Bien lo sabe Jesús Hernández Arnela, el autor de este bellísimo y cercano poemario, Caminando entre los ángeles, recientemente publicado por la editorial Círculo Rojo.
Jesús, con su pluma ágil, con su mente libre, con su fortaleza, con su rebeldía inagotable y con su afán de libertad; con su sinceridad, con su dignidad y con su experiencia, con sus letras y sus colores, nos habla en esta antología de lo que tienen que hablar los poetas, los ascetas del sentimiento y de las emociones que se alejan del ruido y de las batallas cotidianas para construir con sus letras vivas pequeños bocados de pasión y de filosofía vital. Nos habla, nos escribe, nos rima, con el corazón en una mano y el lápiz en la otra, del amor que todo lo llena y todo lo guía, de esas personas que llegan a nuestras vidas como regalos del cielo, de los caminos interminables entre pinares que conducen a uno mismo, de los cielos iluminados por la presencia del amor, de los viajes que siempre hicimos, de los nombres grabados en el alma, de esos espejos que nos muestran tal y como somos, de los valles silenciosos, de los recuerdos felices e infelices, de esos pedacitos de existencia que vamos encontrando —y perdiendo a veces— por la senda de la vida, de las sonrisas generosas que regalan vida, de los amigos para siempre, aunque estén lejos, de los días de verano, de las noches de invierno, de las cimas desde donde podemos ver todo, incluso a aquellos y aquello que ya perdimos…
Nos habla del paso del tiempo y del tiempo que pasa, de esas personas a las que solo podemos darles las gracias por ser y estar; de que la felicidad está ahí, aunque no la veamos; de lo rápido que pasa la vida, sobre todo en soledad; de que el amor no debe implicar ausencia de libertad, de las memorias grabadas a fuego en el alma, de que el mundo, por hostil que sea, no es capaz de vencer a un amor de verdad; de las alas heridas que aún pueden hacer volar, de los bailes compartidos bajo la luna de abril, de las palabras que no llegan e impiden que florezcan los poemas, de las personas que nos dejaron antes de tiempo, dejando su cuerpo en la tierra, pero volando hacia el cielo para caminar entre ángeles…
Por las páginas de este libro, además, deambulan multitud de invitados: costureras de felicidad, golondrinas que regresan y se van, corazones que viven y viajan siempre juntos, ríos eternos que jamás se secarán, lluvias plateadas, amantes sin consuelo, mujeres batalladoras, seres mágicos de los bosques, letras sencillas convertidas en versos, o en sueños; y por supuesto, el abuelo, nuestro el abuelo, el abuelo de todos, con sus canas, con sus manos heridas por la vida, el tiempo y el trabajo, con su sonrisa eterna, con la abuela a su lado… «Pasos firmes, siempre juntos». Y, por supuesto, la madre, las madres, las que curan nuestras heridas con saliva, las que están siempre que deben estar, las que «su vida entregarán para traer al mundo a los que más amarán».
Pero también hay algo de prosa en esta extraordinaria colección de versos. Aunque, claro, de una prosa especial, sentida, sensible, vívida, grandiosa, emotiva, valiente. De una prosa que más que prosa es poesía disfrazada, pero, en las manos de Jesús, también genial.
Como él mismo expresa, «cada palabra escrita en mi poemario lleva grabada un pedacito de mí». Eso hacen los poetas, los buenos poetas; rompen su alma, su corazón, en mil pedazos, si es que no lo tienen roto ya, y los convierten en versos que regalan altruista y generosamente a sus lectores. Por eso respeto tanto a los poetas.
Y eso que también dice Jesús que «no existe palabra que defina aquello que no podemos ver», y tiene razón, pero los poetas consiguen acercarse a esos conceptos indefinidos e inefables mejor que nadie. Por eso, de nuevo, respeto tanto a los poetas.
En resumidas cuentas, una obra extraordinaria, pura, auténtica, real, cercana, preciosa. Un canto a la vida, al amor y a la tierra.
Más que recomendable.