Charlamos con Carmen Sogo, autora de la obra Hefestia, la última ciudad civilizada, publicada recientemente por Editorial Círculo Rojo.
—¿Cómo le surgió la idea de escribir esta reflexiva e inquietante distopía?
No me propuse escribir una distopía, es un género que nunca había pensado trabajar. Mi trabajo suele comenzar con un chispazo; en este caso fue el personaje de Kaira, una chica de quince años, virgen y embarazada. Naturalmente, la joven estaba desesperada. Escribiendo su historia fui entrando en la ciudad y descubriendo esa realidad tan dura. Conocí a otros personajes, igualmente interesantes. Algunas de sus historias están en el libro, otras las descarté porque eran situaciones similares y no me gusta repetir lo ya contado. Esa fue la génesis de la novela. Desde el principio sabía que iba a ser una novela coral donde cada capítulo se fuera adentrando en un personaje para mostrar la historia desde diferentes puntos de vista. Lo que no tenía claro era la estructura. Las piezas fueron encajando poco a poco. Es como un mosaico temporal, espacial y personal.
—¿Hay algo de real en la novela o todo es fruto de su imaginación?
Si se refiere a los hechos, son todos imaginación, evidentemente. Si se refiere al fondo, hay mucho de real. Creo que todos los textos fantásticos son una forma que tiene el autor o autora de tratar temas que si los ambientara en nuestra sociedad le podía resultar complicado desarrollarlos y no tendría tanta libertad. Lo mismo sucede con las películas de fantasía. Cuando escribo, me interesa contar una cosa, pero también profundizar en cuestiones que me preocupan y proponer al lector que reflexione conmigo. Lo que sucede solo es una excusa para plantear cuestiones que me interesan.
—Hefestia, la última ciudad civilizada, además de funcionar a la perfección como obra de ficción, tiene mucho de reflexivo. ¿Cuáles son los principales temas que quiso abordar en esta obra?
Cómo decía, escribo para deshacerme de historias que me obsesionan porque, si no, me volvería loca. Pero en esas historias van surgiendo temas que me preocupan. Me encanta que usted se haya dado cuenta de esto. El tema principal que he tratado es cómo las personas que viven bien, digamos en el primer mundo, prefieren desconocer cómo se consigue todo lo que les proporciona ese bienestar. Saben que, si fueran conscientes, se verían obligadas a poner remedio y eso rompería su forma de vida. Pero, a su vez, el trabajo que realizan las personas en lugares menos privilegiados es fundamental para su propia supervivencia y, si lo perdieran, morirían de hambre. Eso supone un problema de muy difícil solución, y lo vivimos en países como India. O en el caso del trabajo infantil, que en muchas ocasiones supone una fuente de ingresos sin la que sus familias no podrían vivir. Otro tema derivado de este es la supervivencia y los mecanismos para conseguirla, que creo que principalmente son el miedo y la esperanza. Este tema ya lo había tratado en mi libro de relatos, Una piscina en la bodega, y aquí continúo desarrollándolo. La amistad y el grupo también son herramientas para sobrevivir y la forma en que todos los que pasan por nuestra vida forman parte de lo que somos.
—¿Cómo recomendaría Hefestia, la última ciudad civilizada a sus potenciales lectores?
Esta pregunta es muy difícil. Diría que se trata de una novela en la que los personajes nos atrapan y nos sumergen en la ciudad y en una realidad salvaje, cruel y dura. Es fácil sentirse uno de ellos pues, aunque sus vivencias no son las nuestras, tienen muchos elementos que hacen que nos resulte verosímil la historia. Y, sobre todo, que pasan muchas cosas, escabrosas, siniestras y también llenas de amor y complicidad. Hay bastante acción y a la vez es profunda. Y, como decía antes, de alguna manera el lector también participa en la novela. Creo que es una historia que subyuga y que muchos podrán disfrutarla.
—¿Algún proyecto en ciernes?
Claro, yo nunca dejo de escribir. Tengo entre manos un proyecto bastante ambicioso y complejo. Se trata de novela muy diferente a esta y, aunque también discurre en un mundo fantástico, es mucho más realista y luminoso, no hay desastres. No todo es real, aparecen monstruos y otros seres fantásticos, y es lineal en el tiempo, abarcando bastantes años. En ella, la reflexión principal son las relaciones humanas. Además, está pendiente una reedición de una novela que se publicó hace unos ocho años y a la que quiero darle un nuevo enfoque.
—¿Cuáles son sus principales influencias literarias, filosóficas y artísticas?
He leído muchísimo, todo lo que tenga letras y esté en mi mano es susceptible de leer. Imagino que tendré muchos posos, y eso se nota en mi obra. Pero creo que mis principales influencias son Tolstoi, Lorca y Kafka, a los que he leído y releído desde la adolescencia. El cine también está entre mis aficiones, tanto cine de autor, principalmente Bergman, como fantástico, La guerra de las galaxias, El cuento de la criada o Blade Runner. Y en cuanto a pintores, Velázquez, el Greco y Dalí son referentes en lo que escribo.
—¿Ha recibido ya algún feedback de los primeros lectores?
Ya me han dado su opinión varios lectores. Todos coinciden en que la historia atrapa, que los personajes están muy bien construidos y que se sienten uno más de ellos. Y destacan la forma en la que viven la desesperación, la resistencia y cómo surge la esperanza. Alguno me ha dicho que le gustaría que hubiera una continuación, pero de momento no la va a haber.
¿Quién es?
Estudió en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y se especializó en Diagnóstico y Educación de Alumnos con Altas Capacidades. Ha compaginado su labor profesional con la escritura que cultiva desde la infancia. Autora de la novela Los Owen: Lola y Carl (Casa del Libro, 2015, y Amazon, 2020) y del libro de cuentos Una piscina en la bodega (Clara Obligado, 2020). Relatos suyos han sido incluidos en antologías como Cuentos que llevó el cartero (Fuentetaja, 1998); Cuentos para leer en el metro (Editorial Catriel, 1999); Antología de relatos originales/2 (Editorial Jamais, 2001); Historias de amor y desamor (Editorial Tribium, 2001); Otoño e invierno III, microrrelatos (Diversidad Literaria, 2017), No encajas (Clara Obligado 2021). Ha publicado relatos en las revistas El Asombrario, Letralia y Almiar. Ganadora del premio Getafe de Relatos Breves con Viaje en tren (1998) y de una mención en el concurso de relato corto Antología Puente Rosario-Madrid (2018), que después publicó Editorial Baltasara (Argentina).