¿Existió Jesús de Nazaret?
El ser humano que conocemos como Jesús de Nazareth vivió entre el año 7 antes de nuestra era y el 29. Pero Jesús no es solamente una figura histórica. Jesús es, ante todo, una PRESENCIA VIVA en la vida interior de cada cristiano.
¿Se le puede dar veracidad histórica a los relatos contenidos en los Evangelios?
Verídico significa “que dice la verdad”. Desde mi territorio, desde mi perspectiva, que es la del lingüista, lo que me corresponde afirmar es que los Evangelios son verídicos no sólo en cuanto que estén escritos en una lengua que dice la verdad, sino en cuanto que son un manual para aprehender (que, en unos casos, es aprender, y en otros es rememorar) nuestra lengua de origen: aquella que habla la verdad, reconoce y recrea la belleza y permite y produce el bien.
¿En qué consisten, básicamente, esas dos ideas esenciales que planteas en tu obra: la Luz Creadora y el Lenguaje de Vida?
Cuando alguien está loco decimos que está enajenado, en el registro culto. Y en el registro coloquial decimos que “le falta un tornillo”. Pero estar enajenado es estar en lo ajeno, o, como también se dice del arrebato momentáneo de locura, “estar fuera de sí”. El hombre de nuestra sociedad actual está fuera de sí porque le falta no un tornillo, sino dos. Y los dos tornillos que perdió, y que cuando se encuentran vuelven a ponerlo en su centro, que es en su adentro, son precisamente esos dos: la Luz Creadora y el lenguaje de la Vida.
¿Podrías explicar algo sobre el Código de Jesús que, según planteas, permite encontrar una lectura «oculta» en los Evangelios?
Decir lectura oculta es lo mismo que decir lectura interna. Y del mismo modo que nuestro yo interno está oculto a los ojos de los demás e incluso de nosotros mismos, a través de capas, costras, defensas, barreras o escudos creados por la socialización, o por nuestras precauciones de supervivencia ante la ley de la jungla, o por nuestros miedos, así ocurre con nuestra percepción del Evangelio.
El yo interno lo descubrimos cuando interiorizamos, es decir, cuando desengañados de buscar fuera, volvemos la búsqueda hacia dentro de nosotros. Por así decirlo, cambiamos la lámpara de dirección. Con el Evangelio ocurre lo mismo. Cuando buscamos en él el alimento que nutre a nuestro yo interno, al margen de todo deseo de triunfar o ser reconocidos por el mundo, entre nosotros y el texto se sitúa, real y verdaderamente, la Luz de Cristo y, si nos damos cuenta de eso, es esa iluminación la que desvela el sentido oculto y personal del texto.
¿Qué importancia tienen las fotografías de Alain Masson en todo esto?
Mucha. Alain descubrió un procedimiento para captar la Luz divina, esa misma luz que ven y transmiten los místicos y que visualizan los meditadores de todas las edades. Llamamos a las fotos que utilizan ese procedimiento fotos AD. En este libro la fotografía AD vale la mitad de la obra, sí, pero es más exacto es decir que mejor que de dos mitades hay que hablar de dos unidades que se combinan para hacer surgir una tercera. Pero hay que aclarar que las fotos AD que hay en el libro son fotos hechas por mí a través del procedimiento que aprendí de Alain Masson, no son las fotos del propio Alain, entre otras cosas porque Alain sólo transmitía sus fotos en el contexto de una exigente formación para la restitución a la vida de una mirada auténticamente humana, y lo hacía mediante el formato de diapositiva y de DVD.
Aún así las sencillas y sorprendentes fotos AD del libro también “producen su impacto”. Por eso mi consejo es que cada vez que el lector se encuentre con una de ellas, detenga la lectura y se pare a escucharlas. A más de eso, el libro también contiene 14 preciosas fotos de Ameli Machado y Marita Amiano que son un verdadero canto femenino a la vida.
Y dicho eso, me gusta decir también que ver las diapositivas o los DVD originales de Alain, para una conciencia que no estuviera embotada o anestesiada por los sobre-estímulos virtuales y artificiales de hoy en día, sería un impacto cuanto menos semejante al que le produce a un minero atrapado en el fondo de una mina salir a la luz del pleno día o al que le produjo en su tiempo a un humilde campesino el contemplar la Capilla Sixtina o las vidrieras de las catedrales góticas.
¿Se puede leer esta obra sin conocer las dos anteriores?
Sí, como se puede comenzar a aprender un idioma desde el nivel intermedio saltándose el nivel básico: sumergiéndose en él, dejando que el idioma nos empape. Este libro tiene eso en cuenta, y por eso la parte central de la obra se llama, precisamente, “inmersión”, que está precedida por una preparación acelerada.
¿Cómo recomendarías El lenguaje de la luz: El código «Jesús el Cristo» a sus potenciales lectores?
Creo que la mejor recomendación es la de uno de esos primeros lectores que, después de haber leído concienzudamente el texto, me dijo emocionado: “he sido toda mi vida un cristiano convencido y un admirador de Jesús de Nazareth. He leído en momentos diferentes de mi vida los Evangelios y cada uno de esos momentos me ha dado una comprensión diferente de ellos. Pero lo que esta obra me da es otra cosa: el eslabón perdido que me permite integrar los retazos de mi búsqueda en un todo homogéneo”
¿Cuáles son tus principales influencias literarias?
Para alguien, como yo, que he sido toda mi vida un lector empedernido y que he tenido como profesión la enseñanza de la literatura es más fácil decir quién no ha influido en mí que quién ha influido. Pero esta pregunta es muy pertinente porque me recuerda una anécdota de nuestro Federico García Lorca quien, cuando estaba en pleno trance creativo, rehusaba encontrarse con sus amigos escritores y, si sucedía que alguno iba a buscarlo, él lo despedía expeditivamente o le decía: “¡cállate que me influencias!”. A estas alturas de mi vida hay en mí, como en Federico, una influencia que pesa más que las otras, y que es mi “yo mismo”. Ella es la única que ha conseguido, cuando se ha puesto a dictarme, que sintiera la necesidad de dejar cualquier otra cosa de lado, y es ella la que, ya retirado profesionalmente, me ha hecho en esta obra volver a ponerme delante del teclado.
La última pregunta a hacerte sería entonces ¿qué pone a lo profundo del ser de un fotógrafo de la Luz divina y a un lingüista del lenguaje de la Vida a elaborar una obra que bien podría considerarse un tratado de teología?
Aquí sería tal vez más adecuado decir “un fotógrafo del Lenguaje de la Vida y un lingüista de la fotografía de Luz divina”. Pero, sutilezas semánticas aparte, lo que nos puso a ambos a trabajar al uno con el otro hace más de dos décadas, y antes y después de eso a mi esposa Bárbara y a mí, y a cada uno de nosotros “con mucha poca gente”, ha sido, como a todos los anónimos y heroicos apagafuegos de nuestra generación, una situación de emergencia. Un apagar un fuego provocado por la inconsciencia, que está ya a las puertas de nuestras casas. Un salvar una próspera empresa, que ahora mismo amenaza ruina y que, levantada por el esfuerzo titánico de nuestros predecesores, es la única capaz de garantizar la convivencia pacífica y el bienestar de las generaciones futuras. El fuego voraz es el del materialismo consumista que nos consume. Y la herencia se llama “nuestra civilización cristiana”.