La historia del conocimiento, claro está, ha sido especialmente injusta con las mujeres que, nadando contracorriente, en un mundo controlado por hombres, intentaron aportar su granito de arena al conjunto acumulado del saber humano. Muchas fueron ninguneadas o, directamente, anuladas; otras obtuvieron cierto reconocimiento, aunque mucho menor que el que recibieron sus colegas varones. De hecho, durante siglos estuvieron excluidas de las universidades y de las academias, y, por supuesto, de las sociedades científicas.
Por fortuna, en las últimas décadas esto ha cambiado, pero aún es necesario rescatar del olvido y del pasado la figura de muchas mujeres que, con valentía y pundonor, decidieron llevar a cabo sus distintos estudios sobre las distintas materias por las que se interesaron.
Este es el objetivo de la obra que nos ocupa, Bucear bajo tierra, una extraordinaria propuesta literaria, editada por Círculo Rojo, con la que su autora, Cristina Sopena Marcual, nos ofrece un estudio sobre un buen número de mujeres que en tiempos pretéritos hicieron ciencia, a veces, incluso, cuando aún no existía la ciencia como tal.
Así, en las páginas de Bucear bajo tierra podemos encontrar la historia de Olivia Sabuco (1562-1620), autora de un libro titulado Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, en el que, entre otras cosas, defendía la importancia de la experimentación como complemento indispensable de la labor teórica y la igualdad biológica entre hombres y mujeres; Maria Sibylla Merien (1647-1717), que se especializó en realizar ilustraciones de la flora y la fauna, especialmente de insectos, convirtiéndose en toda una pionera de la entomología; Mary Wortley Montagu (1689-1762), «viajera, escritora y feminista», además de etnógrafa, que vislumbró en una época muy antigua las bondades de una práctica que conoció en el Imperio otomano con la que atenuaban las consecuencias de la viruela, el injerto; Caroline Herschel (1750-1848), hermana del archiconocido William Herschel, uno de los padres de la astronomía, que fue la primera mujer en descubrir un cometa, así como varias lunas de Saturno; Mary Anning (1799-1847), la primera gran buscadora de fósiles, descubridora además de los restos de varios dinosaurios, lo que la convierte en la primera paleontóloga; Sofia Kovalévskaya (1850 -1891), rusa, matemática y feminista, que llegó a destacar en un mundo de hombres; Alice Ball (1892-1916), una brillante química estadounidense afroamericana, conocida por diseñar un eficaz tratamiento contra la lepra; Grace Brewster Murray (1906-1992), pionera de la computación y una de las primeras programadoras; Rachel Carson (1907-1964), bióloga y escritora que, sin duda, fue una de las personas que más contribuyó a la toma de conciencia sobre el ecologismo, además de investigar y denunciar con especial ahínco las maldades del DDT; Dorothy Crowfoot Hodgkin (1910-1994), química, ganadora del Nobel, responsable del descubrimiento de las estructuras de la penicilina o la insulina, lo que, como es lógico, supuso un avance brutal para la medicina; la española María Teresa Toral (1911-1994) —una de las mayores sorpresas para este que escribe—, una brillante química que vio su portentosa carrera frustrada por la Guerra Civil; Rosalind Franklin (1921-1958), la auténtica responsable del descubrimiento de la estructura física del ADN gracias a una mítica fotografía que realizó con una técnica de rayos X; Valentina Tereshkova (1937), la primera mujer astronauta; Jude Milthon (1939-2003), una de las primeras hackers de la historia y creadora del término «ciberpunk»; y la fascinante historia de las chicas de la radio…
En cuanto a lo puramente formal, la obra destaca por muchos motivos, entre los que cabe destacar su cuidado diseño, que le otorga un interesante valor añadido, y las magníficas ilustraciones de Kaffa, que acompañan perfectamente a la narración y permiten al lector visualizar cómo eran las protagonistas de los distintos capítulos.
Pero es especialmente brillante por la acertada decisión de mezclar y alternar pequeños relatos novelados, que se centran en momentos concretos de cada una de las mujeres científicas, escritos muchos en primera persona —dando voz así a las protagonistas—, y que suponen el montante principal de la obra, con breves textos en los que se ahonda en algunas ideas sobre la vida y obra de cada una de ellas.
Ojo, también se incluye un capítulos dedicado a un hombre, Ludwig Boltzmann (1844-1906). ¿El motivo? Tendrán que hacerse con un ejemplar de esta extraordinaria obra para averiguarlo.
En resumidas cuentas, Bucear bajo tierra es una obra tan necesaria como exquisita; reflexiva, aunque a primera vista no lo parezca, ya que invita a pensar sobre multitud de temas y, en especial, sobre el rol de la mujer en las sociedades occidentales; creativa, tanto por su interesante diseño como por su apuesta por la creatividad literaria; y muy inspiradora, ya que los lectores podrán encontrar numerosas historias de vida que, sin duda, sorprenderán.
Más que recomendable.