¿Cómo es posible que un libro que gira en torno a la muerte termine convirtiéndose en un canto a la vida? Es posible, claro que sí. La muerte, al fin y al cabo, no es más que el final, y no implica el olvido. Al contrario. Los que hemos perdido a algún ser querido de una manera traumática sabemos que tras el desgraciado final, cuando se asume la pérdida y se supera el siempre necesario duelo, llega la catarsis que supone reencontrarse con el recuerdo eterno de aquellos que nos han dejado y asumir con calma que somos instantes y que, precisamente por ello, debemos vivir al máximo. Eso, en resumidas cuestas, es esta preciosa pero desgarradora obra de AC Torres, Cartas a papá, publicada recientemente por la editorial Círculo Rojo, la plasmación en palabras del proceso catártico que vivió su autora.
Como el propio título indica, se trata de una obra epistolar, es decir, compuesta por cartas; cartas que la autora escribió a su padre con la intención de darle ánimos en su lucha contra el cáncer, aunque este nunca las recibió. A ella, en cambio, le sirvieron de mucho.
En plena pandemia, con la sanidad colapsada, los médicos descubrieron que su padre tenía cáncer de pulmón en fase IV con metástasis. A partir de ese momento comenzó una encarnizada lucha por la supervivencia tanto por parte del propio paciente como por los médicos, enfermeros y familiares. Es entonces cuando su hija, nuestra autora, decide comenzar a escribirle, en un primer momento narrando cómo había sido su propia experiencia con un cáncer de mamá que sufrió dos años antes. Así, a partir de ahí, le ofrece a su padre una serie de consejos que le permitan sobrellevar la terrible situación lo mejor posible. Le insiste en que no cese de luchar, en que sea optimista, en que se prepare para el largo proceso médico que le espera, pero también en que no dude en llorar si lo necesita; y que pregunte, que hable, que pida compañía.
A través de estas cartas vamos conociendo el irreversible avance de la enfermedad y como, poco a poco, día a día, su padre se fue apagando. La descripción que hace AC Torres de las circunstancias es tan emocionante como realista. Los que hayan vivido una experiencia así se sentirán totalmente identificados. Imposible no empatizar con lo que cuenta la autora respecto a estos últimos momentos. Les puedo asegurar que no podrán evitar llorar.
Por supuesto, a partir de esta serie de cartas se pueden extraer numerosas lecturas, unas relacionadas con el tema concreto de este tipo de enfermedades, u otras que puedan conducir a la muerte; otras más existencialistas y generales.
Por ejemplo, en una de las cartas, creo recordar que la cuarta, tras exponer que por culpa de la pandemia los familiares solo disponen de media hora al día para ver a sus seres queridos, reflexiona sobre la importancia de abrazarse, besarse y mostrar a nuestros seres queridos que les queremos; por desgracia, no lo hacemos a menudo, y cuando se produce una enfermedad o un fallecimiento, nos acordamos de los abrazos, de los besos y de los «te quiero» perdidos. O cuando llega un confinamiento…
Además, se queja de que solo cuando la vida nos pone frente a un precipicio de este tipo, ya sea porque lo vivamos nosotros en primera persona o porque lo padezca un ser querido, tomamos conciencia, no solo del tiempo perdido, sino del valor de la vida en sí. ¿Por qué no cambiamos el chip y comenzamos a valorar cada momento, cada sonrisa, cada mirada, cada amanecer, cada libro, como si fuese el último? La vida es efímera, y todo puede cambiar en un santiamén. Por lo tanto, aunque la empinada pendiente del día a día nos arrastre, con sus facturas, sus deudas y sus problemas triviales, debemos empeñarnos en tomar posición y disfrutar del hoy y de los nuestros.
Por supuesto, también reflexiona sobre lo difícil que resulta el duelo. Nadie está preparado para sobrellevar la muerte de un ser querido. AC Torres lo explica de una manera sobrecogedora: «Lo más triste y duro de todo no es ver cómo se te ha ido la vida, es ver continuar la vida sin ti […] Muchas veces miro el teléfono, veo tu foto y leo los últimos mensajes que me mandaste. […] Es duro ir a casa y ver tu sitio vacío del sofá con el ordenador. Es duro no verte, y más duro no poder besarte y abrazarte. No sabes lo que me arrepiento de no haberlo hecho más». Todos los que hayamos pasado por esto, y mucho me temo que todos lo haremos, entendemos perfectamente ese terrible vacío, esa ausencia infinita. Pero también esa tranquilidad por saber que nuestro allegado ha dejado por fin de sufrir, en el caso de que haya padecido una enfermedad de este tipo.
En resumidas cuentas, una obra tan conmovedora y dolorosa como optimista y vital, repleta de interesantes reflexiones y aprendizajes que, sin duda, pueden ser de gran ayuda a las personas que estén pasando por circunstancias parecidas. Un canto a la vida desde la muerte, y toda una acción de gracias de una hija a la memoria de su padre.
Enhorabuena.