Difícil describir qué es este libro, Chinchetas en la cama, publicado recientemente por la editorial Círculo Rojo. ¿Poesía deconstruida de primer nivel que, atrevida, deja de ser poesía para convertirse en prosa? ¿Prosa reconstruida que, osada, renace reconvertida en verso emocionado? Da igual. Es lo que es. Un pequeño bocado de realidad poética, una delicia cocinada a fuego lento por Nea Thea, alter ego de Victoria García Puente Conde, enfermera de profesión pero también, como ella misma dice, «actriz, cantante, pintora, astronauta, fitboxer, chef, astróloga».
Es un libro vivo, ágil, despierto, alegre, risueño, aunque también duele. Nada no duele. Pero también es un libro habitado. Viven en él enamorados del sol, de las ventanas, de los años que se pasan en minutos, de los minutos que no quieren ser pasado. Un libro que cura, al menos a su autora; aunque también al que lee. Lo dice ella misma en la introducción de este libertario poemario: «La escritura también es una terapia». También es una terapia para los lectores.
Su poesía va en busca de gatos negros con los que cruzarse en el camino, de aplausos para todos, de purpurina en las sonrisas, de huesos enterrados, de palabras en efectivo, de notas de amor sin wifi, de los botones que perdió. Lunas llenas on the rocks, frustraciones masticadas, manchas del pasado, asideros para no caer, escudos de autoestima, dosis bien calculadas, butacas de cine, espaldas infinitas, coronas de espinas, nicotina prepotente, ojos que atropellan, zapatillas daltónicas.
Su poesía huye del odio que se hace bola en la garganta, de las personas convertidas en bocetos en blanco y negro, de las lágrimas que llueven, de los remakes y de las reposiciones, de la sucia rutina, de los locos sanos, de los besos del mañana, de los cristales de los abrazos, de los dioses urbanos, de las flores en la tumba, de los que se empeñan en ser viejos, de los brotes del dolor, de los imperios creados a base de propinas, de los crustáceos del Titanic, de la «hambrición», de los lobos…
Su poesía sin rima, ni falta que le hace, suena a conversaciones sobre el tiempo en un ascensor, a llantos del alma, a música que mete mano, a grillos en invierno; se ve como una hermosa crisálida, como un cerezo en flor, como una mancha de tinta; huele a mandarina, a perfumes descarados, a tabaco; tiene el tacto de la arena mojada, de las cenizas, de la arcilla fresca, de las caricias del Sol; y sabe a sopa fría en la nevera, a sed infinita y a azul.
Su poesía nos hace tomar conciencia de lo que es y de lo que somos. Y de lo que fuimos. «Un día fuimos viejos y creímos haber vivido todo».
En resumidas cuentas, Nea Thea nos enseña el alma —¿su alma?— y, con este altruista acto de amor y generosidad, y de grandeza literaria, nos enseña a aprehender y a enseñar nuestra alma. Esa es la clave, si lo he entendido bien, de este libro. Aprender mediante el sentir ajeno a conocer el sentir propio, lo que verdaderamente somos y sentimos. Aprender que todos tenemos las mismas preguntas y que todos ansiamos las mismas respuestas. Aprender que la vida es un drama, pero que en nuestro drama. Somos drama.
Por cierto, genial la declaración de intenciones que Nea Thea realiza al comienzo de esta maravillosa obra con relación a la perspectiva que muchos tienen de los poetas de hoy en día. Con su permiso, me tomo el derecho de copipegarlo: «Cuando digo que escribo reflexiones y poemas, hay personas que creen que «volverán las oscuras golondrinas» y que las tardes de lluvia mojan mi café mientras miro al vacío sonriendo. He descubierto que a la escritura mágica y consciente (como yo la llamo) se le atribuye una etiqueta muy estereotipada. Siento desilusionarlos, pero mis dos grandes pasiones son comprar vestidos y dar puñetazos a un saco de boxeo, aunque una buena taza de café huérfana de azúcar y edulcorantes siempre es buena aliada».
Y aún más genial, su sincerísima visión de su propia realidad durante estos momentos convulsos y durísimo que hemos vivido como consecuencia de la covid-19: «SOY ENFERMERA. Y en MARVEL también lloramos. Debo deciros a todos los que nos llamáis héroes que la mejor capa que tenemos ES QUE SOMOS HUMANOS».
Y no para de hablar… expandiendo el virus de las letras…