Hay que reconocerlo. Los adultos, en muchas ocasiones, quizás porque hace tiempo que comenzamos a descender por esa empinada cuesta que llaman «madurar», solemos mirar con cierta condescendencia la literatura que, paradójicamente, le compramos a nuestros niños y niñas. Y lo hacemos, quizás, porque no nos damos cuenta de que este género, destinado en exclusiva a ellos —o no—, los más pequeños, suele pivotar entre dos grandes intenciones: entretener y educar.
Doña Urraca, esta obra de Thaïs Eineberholm, recientemente publicada por la Editorial Círculo Rojo, es tan entretenida como educativa. Y eso es un punto que especialmente merece la pena resaltar, sobre todo porque los lectores ajenos al mundo de la narrativa juvenil, como decía, suelen considerar que se trata de obras facilonas y algo naif, y no suelen otorgarle el estatus de «literatura». Craso error, sobre todo en este caso. Parece fácil, pero construir una historia como esta, sencilla en su contenido e, incluso, en la forma, pero compleja en cuanto a la creación de una trama que aporta a sus menudos lectores muchos aprendizajes sobre algunos temas tan interesantes como necesarios, no es nada fácil. Hay que saber hacerlo. Unos lo hacen de forma explícita y poco artística, como si se tratase de un libro de texto; otros, como creo que es el caso de Thaïs, lo hacen de manera innata y subliminal.
Como los grandes. Doña Urraca cuenta, valga la redundancia, la historia de Doña Urraca, propietaria de una pequeña y encantadora tienda llamada Chismes y cachivaches, una preciosa ferretería a la que acuden diariamente los habitantes del bosque para arreglar sus cosicas. Pero además, Doña Urraca es inventora, y gracias a los objetos que va encontrando por el bosque —que, de camino, va limpiando—, crea un sinfín de cosas maravillosas que sirven de gran utilidad a sus vecinos; por ejemplo —atención, spoiler—, una pata artificial para el señor Zorro, gracias a la cual ha podido desarrollar sus extraordinarias dotes pictóricas… Pero detrás de esta sencilla historia se esconden, como comentaba anteriormente, varias lecturas y aprendizajes más que interesantes. Por un lado, es un canto de amor a la naturaleza, personificada en ese bosque abstracto habitado por animales antropomorfos donde se desarrolla la trama de Doña Urraca. Un bosque que hay que cuidar para que puedan —podamos— seguir viendo en él en paz y armonía. Además, es una clara metáfora de las mujeres soñadores y creadoras, hasta no hace mucho ninguneadas e ignoradas. Y no solo en lo que se refiere a inventos y tecnología, sino en mucha otras facetas, desde el arte o la literatura hasta la ciencia o la filosofía. Afortunadamente, y pese a todo, en gran parte de Occidente se ha avanzado mucho al respecto, aunque, por desgracia, las mujeres siguen siendo consideradas como inferiores en muchísimas culturas. En cualquier caso, este pequeño cuento, visto desde esta perspectiva, puede servir para inculcar a los más pequeños valores como la igualdad de derechos y de virtudes para mujeres y hombres.
Por otro lado, el personaje creado por Thaïs Eineberholm es una urraca, y las urracas, como todos los córvidos, son unos animales extraordinariamente inteligentes. Curiosamente, no hace mucho leí un artículo de divulgación científica en el que se explicaban una serie de experimentos con cuervos con los que científicos demostraron, por ejemplo, que son capaces de usar la lógica para resolver problemas y que tienen la habilidad, además de distinguirse a sí mismos en un espejo, de distinguir a otros individuos (ya sean otros cuervos, humanos u otros animales). Según los investigadores del estudio, su conocimiento causa-efecto es parecido al de un niño de 5 años. Además, son las únicas aves que fabrican y utilizan herramientas de la naturaleza, como ramas que recortan para crear ganchos con los que atrapar larvas que anidan en la madera. Quizás así entiendan mejor por qué Thaïs ha elegido una urraca para protagonizar este precioso álbum ilustrado. Pero ojo, esto tampoco es nada nuevo. Los humanos conocemos las virtudes de estos compañeros de planeta desde la más remota antigüedad. La evidencia, precisamente, la tenemos en otros cuentos: ¿recuerdan, por ejemplo, aquella fábula de Esopo que contaba la historia de un cuervo sediento que se las ingenia para beber de una jarra de agua
medio vacía? Por si no lo recuerdan, lo consigue llenando el recipiente de piedras, provocando así que el nivel del agua ascienda.
Por último, merece la pena destacar la gran calidad de las ilustraciones, obra de la propia autora. En resumidas cuentas, Doña Urraca es una obra más recomendable, tanto para los más jóvenes de la casa como para los adultos con mente abierta que siguen siendo niños. Les encantará. «Parecía un pequeño Dios creador de cosas tangibles a partir de casi nada y que servían para casi todo». Maravilloso. Maravillosa Doña Urraca.