Las creencias religiosas, como manifestaciones culturales, guardan una estrecha relación con los lugares donde emanan. Es lógico. Los estudiosos e historiadores de las religiones lo tienen claro. Por ejemplo, para entender en toda su complejidad el nacimiento del cristianismo, es necesario conocer cómo era la situación social y política de la tierra en la que nació, la Palestina del siglo I, dominada por el Imperio romano; pero también las propias creencias que tenían el fundador del movimiento, Jesús de Nazaret, y sus seguidores. Lo mismo pasa con otros fenómenos religiosos, como los tabúes alimenticios. Para comprender por qué los judíos y musulmanes no comen cerdo, debido a una sanción religiosa aportada por sus respectivos libros sagrados, hay que situar el problema en su contexto. No comen cerdo porque este animal consume recursos que eran escasos en las regiones en las que surgieron esas religiones, especialmente el agua —los cerdos no sudan y se refrigeran revolcándose en el barro— lo que les convertía en un rival en la lucha por la supervivencia.
Algo parecido sucede con las prácticas religiosas sincréticas, es decir, aquellos movimientos en los que se mezclan aspectos religiosos y culturales de culturas distintas, formando una extraña mezcla, detrás de la que se ocultan un sinfín de factores sociales, desde el colonialismo al uso de la religión como movimiento de revitalización. Esto sucede con el tema sobre el que gira este fascinante ensayo del periodista e historiador Laciel Ángel Zamora, autor de El culto de san Lázaro en Cuba, una obra recientemente publicada por Editorial Círculo Rojo.
Resulta que en Cuba, además de venerarse de forma extraordinaria a la Virgen de la Caridad, se siente una gran devoción por san Lázaro. Sí, aquel que, según el Evangelio de Juan —nótese que esta historia no aparece en ninguno de los otros tres evangelios canónicos—, fue resucitado por Jesús después de llevar varios días muerto. Lázaro, según este texto, era hermano de Marta y María de Betania —considerada durante mucho tiempo como María Magdalena—, un grupo de seguidores de seguidores de Jesús que vivía en la localidad de Betania, a escasos kilómetros de Jerusalén.
Pero para los cubanos san Lázaro es alguien más: por un lado, lo identifican también con un personaje que aparece en una parábola del Evangelio de Lucas (16: 19-31), un mendigo enfermo de lepra también llamado Lázaro, al que se compara con un avaro rico. El primero consigue llegar el cielo, mientras que el segundo arde en las llamas del infierno. Además, y aquí es donde se pone interesante esta historia, siguiendo el habitual patrón de sincretismo que se dan en las religiones afrocaribeñas, lo identifican con Babalú Ayé, el orisha de la lepra, la viruela, las enfermedades venéreas y la miseria en general —un orisha, por si no lo saben, según estas religiones, es una divinidad hija del dios creador, Oloorun.
Pues bien, según la tradición cristiana, san Lázaro fue martirizado en Chipre un 17 de diciembre, día en el que se celebra su festividad en todo el orbe cristiano. Ese día, miles de cubanos se reúnen en el santuario del Rincón, desde hace más de dos siglos, para rendir culto al viejo Lázaro, como allí le llaman.
De todo esto nos habla Laciel Ángel Zamora en El culto de san Lázaro en Cuba, una obra que destaca por su meticuloso rigor histórico y por su ameno tono divulgativo. Su autor, además de contar pormenorizadamente la historia del culto cubano, expone las diferentes leyendas medievales sobre Lázaro —existe la firme creencia de que viajó junto a María Magdalena hasta la Provenza francesa, convirtiéndose en el primer obispo de Marsella—, la evolución de su devoción asociada con la miseria y la lepra, la historia del santuario del Rincón y sus peregrinaciones, las ofrendas que los fieles le entregan a modo de exvoto y un detallado análisis del fenómeno del sincretismo religioso afrocubano. Quizás sea esto último lo que más destaca de este documentado y, a la vez, ameno ensayo. El no iniciado en las religiones caribeñas se sorprenderá al conocer estas curiosas creencias, sus orígenes y su implantación en aquellas nobles tierras. Eso sí, merece especial atención el capítulo dedicado a los datos estadísticos de los creyentes en san Lázaro. Muy, muy interesantes.
En resumidas cuentas, se trata de una recomendable obra para todos los aficionados a la historia de las religiones. Además, funciona como una excelente guía para aquel afortunado que decida viajar a Cuba. Sin duda, el santuario del Rincón, después de leer este libro, se convierte en una visita imprescindible.