Una buena obra de ficción debe construirse sobre una estructura que permita expresar a la perfección lo que se quiere contar. Si se me permite el símil, debe ser como uno de esos puzles de miles de piezas, que al formarse permiten visualizar, por fin, la imagen prevista. En eso consiste el noble arte de fabricar ficciones. Y esto, sin duda, es lo que más impresiona de la brillante novela Lucrecia Perón, escrita por la autora alicantina Concepción Mira, y publicada hace un tiempo por la Editorial Círculo Rojo. Es brillante porque, además de contar una historia apasionante, coral y compleja, lo hace con un sentido del ritmo y de la estructura que hará las delicias de todos los lectores que sepan apreciar la buena literatura y los nuevos talentos.
Esta brillante y conmovedora novela cuenta la historia de Lucrecia Perón, una joven de la cuenca minera del Nalón, en Asturias, que por una desgracia que le sucede a su novio, Alberto, el hijo de unos señoritos, se ve obligada a emigrar, junto a él, a la Argentina, como tantos y tantos españoles, a finales de 1920. Allí se enfrentarán a una vida durísima de sinsabores y sufrimiento, aunque las circunstancias irán mejorando. Pero la vida da muchas y… Bueno, para saber cómo continúa, tendrán que leer la novela.
En primer lugar, hay que destacar que Lucrecia Perón, aunque está construida siguiendo el arquetípico patrón de las novelas (planteamiento, nudo y desenlace), juega con la estructura a su manera. Esto puede parecer baladí, pero es un factor que hace que su lectura sea mucho más enriquecedora. Ya lo dijo el maestro Julio Cortazar: «Una novela no me dará jamás la idea de una esfera; me puede dar la idea de un poliedro, de una enorme estructura».
Hay que reconocer a la ágil pluma de Concepción como va alternando las historias paralelas que componen esta historia, jugando con el espacio y los tiempos, con la firme pero contundente idea de ir construyendo poco a poco, de forma dosificada, las tramas, las motivaciones y los perfiles psicológicos de los personajes.
Como debe ser en una buena novela, los personajes, y en especial el personaje de Lucrecia Perón, que narra la historia en primera persona, se van construyendo como un engranaje al que se le van agregando, poco a poco, dosificada pero insistentemente, nuevas piezas. Y, como debe ser en una buena novela, se trata de personajes riquísimos, complejos, poliédricos y llenos de historia. Nuestra autora, Concepción Mira, va aportando y construyendo poco a poco los personajes de esta trama, y lo hace con calma, con la precisa intención de que el lector vaya empatizando de forma paulatina con ellos y consiga comprender sus pensamientos, sus intenciones y sus complejidades.
Se trata, en resumidas cuentas, de una novela de personajes. Pero también es una novela de espacios y de tiempos. Las descripciones de los distintos lugares por los que se desarrolla la complicada vida de la protagonista de esta novela son tan brillantes como realistas y permiten al lector situarse a la perfección en el contesto de la historia que se está narrando; desde la descripción de la cuenca minera del Nalón —unida casi de forma inseparable a la vida de sus propios habitantes, esas personas cuya piel «tenía un tono grisáceo, y su alma, un tono triste y desesperanzado»—, hasta el Madrid —y la España— de la posguerra, pasando por el largo viaje en barco hacia América, los primeros tiempos en Buenos Aires —a donde volverán, pero no puedo hacer spoilers— o la finca de la Pampa argentina en la que se desarrolla gran parte de esta trama, o esa semana mágica en la mágica cordillera de los Andes.
Y todo esto sin olvidar el exquisito y metódico trabajo de documentación y de investigación histórica y literaria que la autora ha tenido que realizar para contextualizar las diferentes tramas de la novela. Así, la autora consigue realizar un recorrido excepcional por la historia reciente de España y Argentina, excelentemente contextualizada y relacionada con la situación internacional.
Con los libros pasa como con el vino. Un lector entrenado detecta en pocas páginas cuando una obra brilla, al igual que sucede con un sumiller o un adiestrado catador de vinos cuando se enfrentan a un buen caldo. Pero también sucede algo curioso. Muchos, como le pasa por ejemplo a quien escribe estas líneas, no tenemos un paladar educado ni sabemos detectar las sutilezas, pero, cuando catamos un buen vino, sabemos que lo es. No me pregunten por qué. Lo mismo pasa con un buen libro. Se nota. Se siente. Se disfruta. Es una especie magia, una conexión extraña que emana de las páginas del libro y que une inexorablemente al lector, entrenado o no, con la historia que se está contando, que se está viviendo, que se está leyendo. No exagero si digo que esto sucede con Lucrecia Perón, una grata sorpresa y todo un soplo de aire fresco en la narrativa española contemporánea. Absolutamente recomendable.
«La vida te da cartas distintas en cada mano, y tú puedes jugarlas mejor o peor, pero no puedes cambiarlas».
P.D: Me encantaron especialmente las escenas de Lucrecia con el joven Alberto en las que hablan sobre libros y literatura en general. Todo un canto, emocionado y emocionante, al amor por las letras.