Una buena obra de ficción debe construirse sobre una estructura que permita expresar a la perfección lo que se quiere contar. Si se me permite el símil, debe ser como uno de esos puzles de miles de piezas, que al formarse permiten visualizar, por fin, la imagen prevista. En eso consiste el noble arte de fabricar ficciones. Y esto, sin duda, es lo que más impresiona de la brillante novela Memorias fugitivas, escrita por la sevillana, residente en Frankfurt, Macarena Muñoz, y recientemente publicada por la Editorial Círculo Rojo. Es brillante porque, además de contar una historia apasionante, coral y compleja, lo hace con un sentido del ritmo y de la estructura que hará las delicias de todos los lectores que sepan apreciar la buena literatura y los nuevos talentos.
Macarena Muñoz juega con el tiempo y los espacios, narrando desde el presente diferentes historias ambientadas en diferentes contextos, generando en el lector —y esto es importante— un gran interés por ver cómo se va cerrando esta poliédrica biografía familiar.
Como debe ser en una buena novela, los personajes se van construyendo como un engranaje al que se le van agregando, poco a poco, dosificada pero insistentemente, nuevas piezas. Y, como debe ser en una buena novela, se trata de personajes riquísimos, complejos, poliédricos y llenos de historia. Nuestra autora, Macarena Muñoz, va aportando y construyendo poco a poco los personajes de esta trama, y lo hace con calma, con la precisa intención de que el lector vaya empatizando de forma paulatina con ellos y consiga comprender sus pensamientos, sus intenciones y sus complejidades. Y lo hace empleado una fórmula genial: utilizando al protagonista y narrador de la novela, Ismael, como una especie de alter ego que, a la vez que nos va contando su historia personal, está escribiendo un libro sobre la historia de su familia, un libro que termina siendo este libro. Genial.
Se trata, en resumidas cuentas, de una novela de personajes. Pero también es una novela de espacios y de tiempos, como antes comentaba. Así, del mismo modo que Macarena Muñoz construye a sus personajes con la fina y metódica precisión de un cirujano literario, los enmarca en un contexto determinado que, como es lógico, influye tanto en la historia como en los propios protagonistas. En este caso, los espacios —la Namibia colonial o la Frankfurt del periodo de entreguerras, la posguerra y el presente, la Atlántida de la que hablaba la tía abuela Rosa— son tan protagonistas de la historia como los propios personajes. Es más, todas las subtramas giran en torno a ellos: la infancia de Emma, la abuela del narrador de la historia, en Namibia; la misteriosa desaparición del hermano de esta, Ismael, que huyó junto a su madre hacia Canadá cuando estalló la Segunda Guerra Mundial; el regreso de la joven junto a su padre a Frankfurt, tras la contienda, y tras perder a toda su familiar en el Holocausto; el accidente ferroviario en el que perdió la vida el tío del protagonista; la labor detectivesca de Ismael en su intento de rescatar del olvido la memoria perdida de su familia y su toma de conciencia del terrible dolor que ha padecido el pueblo judío; y la propia confección de la novela.
Particularmente, me han encantado dos aspectos de Memorias fugitivas: por un lado, las reflexiones que la autora ofrece sobre el arduo trabajo de crear una novela, canalizadas a través de la relación entre Ismael, su particular alter ego, el supuesto escritor de esta obra, y el profesor Juan Trujillo, la persona que desde su adolescencia le incita a expresar por escrito sus inquietudes y la barroca historia de su familia. Por otro lado, me ha parecido fascinante que todo arranque a partir del misterioso maletín del padre del protagonista/narrador, un «objeto prohibido» que desataba su imaginación y le provocaba incluso pesadillas que le hacían orinarse en la cama. El dichoso maletín marcó su infancia, cuando no se atrevía a abrirlo, pensando que quizás así perdería su magia, y que años después, cuando por fin le echó valor y lo abrió, le motivó para lanzarse a la ardua aventura de escribir este libro, una aventura que, a la vez, la transformará para siempre.
Y todo esto sin olvidar el exquisito y metódico trabajo de documentación y de investigación histórica y literaria que la autora ha tenido que realizar para contextualizar las diferentes tramas de la novela.
En resumidas cuentas, y ya concluyendo, se puede afirmar sin ninguna duda que Memorias fugitivas es una grata sorpresa y todo un soplo de aire fresco en la narrativa española contemporánea. Absolutamente recomendable.
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