Para entender este libro, ¿Qué descubres en el puente? Hay que estar ahí para saberlo, recientemente publicado por Editorial Círculo Rojo, hay que entender la contundente y terrible experiencia personal de su autor, Yoel Jérez, y su particular hierofanía que le llevó a valorar lo que realmente importa, a tomar conciencia de que solo con los ojos del corazón se pueden captar las señales que DIOS —con mayúsculas— nos envía. Solo así, conseguimos aprender y aprehender la verdad, y solo así podemos cambiar si nuestras decisiones, nuestros traumas, nuestros problemas, nos han llevado por el camino de baldosas amarillas de la autodestrucción física o mental.
No pienso adelantar nada de esta trama. Prefiero dejárselo para todo aquel que se atreva a sumergirse en las aguas, a veces calmadas, a veces inquietas, de este pequeño gran libro. Un libro en el que, a diferencia de otras obras de este algo manido microuniverso literario de los libros de superación personal, no se nos dan consejos abstractos por supuestos expertos en eso que llaman «hombre», sino que su autor nos regala generosamente sabias reflexiones e ideas que proceden de su propia experiencia personal e íntima. Y eso es un gran ejemplo a su favor. Demuestra, con su propia historia, que el cambio que nos propone no solo es posible, sino que es tal y como él afirma. Pero, como decía, para comprender bien esto que les digo tendrán que apostar por este libro. Eso sí, con permiso del autor, les voy a ofrecer algunas reflexiones generales que me ha suscitado esta obra, reduciendo al máximo la cantidad de spoilers, por supuesto.
En primer lugar, tenemos que entender que nuestro camino en construcción y en dirección hacia esa meta —que no es otra que el propio camino— se cruza con otros caminos. De ahí una norma incuestionable: el respeto hacia el otro, hacia aquel, hacia ellos, hacia los otros buscadores de la verdad. Ayudar al que lo necesite, siempre y en cualquier caso, sin excepción de persona; recibir a todos con amor, haciendo el amor un nexo de unión eterno e infranqueable; y evitar los malos rollos, las envidias, los juicios de valor y las críticas no constructivas ni sinceras.
Lo primero que tenemos que hacer para evitar que el camino se tuerza es liberarnos de las cadenas que nosotros mismos nos hemos puesto y quitar la venda de los ojos del corazón para que este pueda ver la verdad. Es un trabajo interior de autoconocimiento y autoliberación. Tenemos que aprender a vibrar de otro modo para convertirnos en personas felices. Tenemos que evitar que la desmotivación tome las riendas y que la desconfianza ocupe el trono. Es decir, tenemos que aprender a confiar, a compartir responsabilidades, teniendo en cuenta siempre que formamos parte de una estructura mayor que, pese a otorgarnos el libre albedrío, a la vez, marca nuestro devenir, nuestro sino. Hay que soltar el control, aunque no se trata de convertirse en temerarios. Al contrario. No se trata de no tener control, sino de aprender que a veces no depende de nosotros y que la razón no siempre puede ayudar. Pueden más la intuición, el amor y la alegría que las balas.
Por otro lado, en esta apología de la vida y de la verdad, hay que estar atento a las oportunidades que Dios nos brinda —o el Universo, para los descreídos—. Llegan todos los días y a todos por igual, y hay que ir a por ellas, sin miedo, sin temblar, sin dudar, con la firme convicción de que la vida es un carnaval si andamos despiertos y atentos.
El objetivo final, la meta —aunque el camino es la meta—, es tomar conciencia de lo que somos, de nuestro ser real, y expandirnos, gracias al conocimiento, a la gnosis de la que hablaban los antiguos sabios. ¿Cómo conseguir este objetivo? Caminando. Ya lo dijo el poeta: «se hace camino al andar, al andar se hace camino, y, al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar». De eso se trata, de hacer camino para cumplir el objetivo. Pero el camino no es fácil. Pero no estamos solos, como bien remarca el autor de estas letras. Dios nos acompaña en nuestra particular travesía por el desierto.
En resumidas cuentas, el trabajo que plantea Yoel Jérez es un trabajo individual e interno. Solo así se puede cambiar al individuo y solo así se puede cambiar la sociedad. No hay retorno colectivo al Edén. Pero sí una autopista hacia el Cielo que pasa por una vida feliz y justa en la Tierra.
Y no, no es un libro de autoayuda, aunque proporcione, o pretenda proporcionar, herramientas que nos ayuden a ayudarnos a nosotros mismos. Puede resultar paradójico, pero es así. No se trata de seguir un manual. No está escrita la receta. Se trata, en pocas palabras, de darse cuenta, como una y otra vez repite el autor. Darse cuenta de qué somos; darse cuenta de que estamos; darse cuenta de que sentimos. Amor y alegría. Esa es la clave. Y esperanza, claro, esperanza en que el cambio es posible y en que mañana será otro día.