Los poetas, los filósofos de las emociones, aquellos que, con rimas o sin ellas, sacuden nuestra alma y que, en estos tiempos de la postverdad, de lo efímero y de lo vacío, son más necesarios que nunca. Por eso mismo, en estos tiempos oscuros, se agradece, aunque sorprenda, encontrarse con estos retales de poesía que ha tallado la joven María Jiabei Gómez Morcillo.
María, pese a su escasa edad, ha demostrado con esta pequeña pero intensa y contundente colección de poemas, con el acertado título Volando en verso, editada recientemente por Editorial Círculo Rojo, que la emoción de estos prestidigitadores del sentimiento, que se alejan del mundanal ruido para construir silencios con letras que emanan filosofía de vida, no conoce de edades.
Nos habla, con el corazón al timón, del recuerdo que atormenta, que persigue, que recuerda. Del dolor del amor cuando se acaba y de las tristes infancias que se empeñan en no ser alegres. De personas que no se empeñan en no ver nada bueno en sí mismas, y que tienen que luchar cada día por respetarse, por entenderse y por aceptar sus virtudes.
Nos habla del amor enamorado y de amantes que se entregan; pero también de los bordes de los ojos, del lugar del querer, de los pretendidos dueños de las risas, del despecho y la tragedia del que ama sin ser amado, del que ama cuando ya no es amado; del sufrir que nos invade cuando todo se trastoca, o cuando la soledad se enamora de los que amamos, o cuando el alba no amanece, o cuando la única mano que nos puede salvar, nos deja caer.
Nos habla del dolor y de la náusea, del esfuerzo que hay hacer para poder levantarse o querer sonreír en un mundo que se empeña en hacernos la zancadilla, de los no compatibles que no saben que lo son, de las traiciones del amor, de las carcajadas y sollozos que componen nuestra música, de las guerras que perdimos, o ganamos, sin participar; de lo invisibles que somos en un mundo de invisibles, del silencio que distorsiona nuestras realidades; pero también del sufrir como acicate, del sufrir como pellizco que nos ayuda a sentir, que al menos, estamos vivos. De las personas perfectamente imperfectas.
Nuevos tipos de dolor. Medias naranjas. Grietas en el cuerpo. Primeros y últimos versos. Iguales desiguales. Caricias de sofá. Penas y alegrías al por mayor. Migas de pan. Versos que vuelan. Cuerpo planeta. Toffy.
Nos habla de los creadores de estrellas que nunca sabrán que lo son, unos con versos, otros con besos. De los lunares que cubren a nuestros seres queridos, del postureo de los falsos optimistas, del consuelo que consuela cuando nos arrastramos por el suelo, de la esperanza eterna del poeta y del que lucha, del túnel al que no nos atrevemos ni a entrar.
Nos habla de la libertad de ser y de estar; de parasiempres efímeros, del eterno padecer del que siente de más, de las noches frías de verano, del que ríe por no llorar, de ventanas donde nos están los que ansiamos, de la felicidad que no existe para el que no quiere ser feliz, de la vida sin refugios ni paraguas, del desconcierto ante nosotros mismos; de lo que nos perturba el otro, de mundo que callan pero observan; de casas vacías pero llenas de gente. Versos perdidos en Word…
En resumidas cuentas, María nos enseña su alma, y en un generoso y altruista acto de empatía, y de grandeza literaria, nos enseña a encontrar y a mostrar nuestras almas. Esa es la clave: conocer el sentir propio mediante el sentir ajeno, lo que verdaderamente somos y sentimos. Aprender que todos tenemos las mismas preguntas y que todos ansiamos las mismas respuestas. Entender y asumir que la vida es un drama, y que encima es corta, pero que no nos queda otra que vivir… y amar.
Como decía, una pequeña pero contundente obra totalmente recomendable.
Más sobre el libro: https://editorialcirculorojo.com/volando-en-verso/