El suspense, en su esencia, es un delicado juego de equilibrio entre el saber y el no saber, entre revelar y ocultar. Es un baile entre el narrador y su audiencia, donde cada secreto se guarda celosamente hasta el momento culminante, revelado con una destreza que solo puede ser admirada por nosotros, lectores. Quizás puede parecer fácil, pero para nada lo es. Solo algunos elegidos, ya sea porque nacieron con una suerte de don o porque han desarrollado esas capacidades con disciplina y trabajo, son capaces de hacerlo bien. Los lectores acostumbrados terminan generando tolerancia y situando cada vez más alto sus umbrales para el suspense, pero de vez en cuando aparece alguna obra que les/nos rompe por completo y les/nos lleva a reconciliarnos con el género.
Sin duda, un ejemplo perfecto de esto que comento lo podemos encontrar en este obra que procedo a reseñar, El raptor de Almas, una extraordinaria novela del autor José Luis López Fernández, recientemente publicada por la Editorial Círculo Rojo. La resumo brevemente:
Lucas García, un joven de veinticuatro años. La obra arranca con este reflexionando sobre el impacto de algo que sucedió un año antes, a la vez que contempla un atardecer en la playa: la perdida de alguien especialmente querido, cuya identidad no se muestra al lector. Lucas, al rememorar su historia, se presenta como una persona compleja y reflexiva, algo inseguro y con tendencia, como diría Poe, a la profunda melancolía.
Comienza narrando su mudanza desde Barcelona a Madrid junto a su madre, Sofía, y su perro, Chester, lo que supuso un cambio radical en su vida, además de darle esperanzas ante un futuro que pensaba prometedor. De hecho, decide iniciar los estudios en un instituto Bellas Artes. Gracias a esto, pronto hará nuevas amistades, entre las que cabe destacar a Paula, una joven a la que ayuda cuando un atracador le roba la cartera, hecho que termina con él herido. Por otro lado, fortuitamente, conoce a un misterioso niño llamado Gabriel, con el que coincidirá poco después durante otro hecho extraño: el secuestro de un niño llamado Carlos, que tiene lugar, precisamente, en el parque en el que conoció a Gabriel, que, sospechosamente, se muestra tranquilo ante el luctuoso suceso; todo lo contrario que sucede con Lucas, al que aquello le marca sobremanera.
Conforme la trama avanza, se va desarrollando una relación entre Lucas y Paula y entre Lucas y Gabriel, un niño con bastantes problemas y que parece mucho más maduro y complejo de lo que correspondería a alguien de su edad, a la vez que poco a poco vamos conociendo el complicado mundo interior del protagonista y las heridas de su pasado, y cómo estas influyen en sus acciones y relaciones presentes, pero también su talante empático.
Finalmente, la trama da un giro inesperado y oscuro con la introducción de El Halcón, un personaje misterioso y amenazante que se dedica a secuestrar niños… Lo inquietante es que, de algún modo, Gabriel guarda relación con esto…
Y hasta aquí puedo leer. Como es lógico, no puedo desvelar nada más del contenido de esta extraordinaria, reflexiva, emocional y excelente novela. Si quieren saber más, ya saben, tendrán que hacerse con un ejemplar de El raptor de almas. Solo decirles que, como era de esperar, Lucas termina viéndose involucrado en la investigación policial de aquellos terribles secuestros.
Por un lado, estamos ante una novela repleta de suspense y tremendamente adictiva, gracias a la capacidad del autor para desarrollar, desde el primer momento, una atmósfera inmersiva que permite que sus lectores empaticen con él y hagan suyas tanto sus reflexiones existencialistas como la desconcertarnte búsqueda en la que se ve inmerso. Esta atmósfera la construye, por un lado, gracias al uso de una prosa evocadora, descriptiva y rica en imágenes; por otro, por la descripción detallada y creíble de los distintos contextos en los que se desarrollan las tramas. Pero, sobre todo, por el talento que demuestra José Luis López Fernández a la hora de diseñar los personajes que deambulan por esta novela, personajes riquísimos, poliédricos, nada maniqueos, con mundos interiores perfectamente trabajados, creíbles, realistas —pese a que, atención spoiler, hay elementos sobrenaturales— y que evolucionan conforme va avanzando la historia.
En definitiva, la obra destaca por su habilidad para mantener una tensión narrativa constante —a lo que ayuda, claro está, la hábil dosificación de la información—, mientras profundiza en los conflictos internos y externos de sus personajes, en especial del protagonista, Lucas. Se trata de un valor añadido que hace aún más grande a esta novela y que no suele ser demasiado habitual en las obras de este género. Tanto es así que en ocasiones adquiere un tono claramente existencialista, lo que, de nuevo, ahonda en esa atmósfera inmersiva de la que hablaba antes, además de producir una fuerte empatía en los lectores, que, inevitablemente, terminan haciendo suya la historia de Lucas.
Sin embargo, el mayor logro de El raptor de almas, a mi entender, radica en su capacidad para abordar temas universales de una manera que es a la vez íntima y expansiva, haciendo que la historia resuene con una amplia gama de lectores, y esto dentro de un contexto de misterio y suspense. Así, por ejemplo, el autor nos invita a reflexionar sobre las siempre complicadas relaciones y conexiones entre las personas, las dificultades que generan los cambios profundos vitales, la formación de la identidad, el enfrentamiento a los desafíos de la vida, el impacto del pasado en el presente, la lucha contras nuestros miedos, la importancia del apoyo mutuo, o la siempre difícil redención; o, yendo más allá, algunas interesantes reflexiones, vehiculadas mediante sus personajes, sobre las creencias religiosas, la dicotomía entre el bien y el mal, el papel del libre albedrío, la moralidad y la responsabilidad personal en un mundo lleno de grises morales.
Concluyendo, estamos ante una brillante novela que no solo funciona como un notable entretenimiento, sino que también tiene una carga existencial y reflexiva que la hace aún más grande. Habrá que estar atento a los posteriores trabajos de este joven autor, que con apenas treinta años ha entrado por la puerta grande en el mundo de las letras. Mi más sincera enhorabuena.