Aunque los lectores promiscuos estamos curados de espanto y tenemos algo alto nuestro baremo de la sorpresa, de vez en cuando aparece una obra que nos sacude desde la primera página y que, de alguna manera, nos reconcilia con las letras y nos rompe nuestras quizás algo altaneras ideas preconcebidas. Eso me ha sucedido con esta extraordinaria novela breve que pretendo reseñar a continuación, El silencio de tus lágrimas, de Álvaro Baena Alcaida, recientemente publicada por la editorial Círculo Rojo. ¿Por qué? Por muchos motivos, empezando por su extraordinaria trama y por la capacidad que desarrolla el autor para generar suspense desde la primera página, desde el primer párrafo. Eso es importantísimo, y más hoy en día, en estos tiempos en los que efímero y lo fugaz campan a sus anchas. Pero hay más motivos…
La trama de la novela está ambientada en uno de los momentos más oscuros de la historia de la humanidad: la Alemania nazi.
Joseph está a punto de ahorcarse, pero en el momento de la verdad decide agarrarse a la vida, por muy miserable que esta sea, por mucho dolor que albergue en su alma herida. Y en ese momento, además, entendió el miedo a la muerte que, pese a que lo había visto en muchas personas antes, no lo había terminado de entender. ¿Qué le había llevado a intentar suicidarse? No pienso desvelarlo. Pero sentía tanto odio por algunas personas como amor por otras, una extraña dualidad que hacía tambalear su psique. Sea como fuere, no se suicida, en parte gracias a otro aspirante a quitarse la vida, Otis, un personaje tan maravilloso como inquietante.
Sea como fuere, a partir de este impactante comienzo vamos conociendo los motivos y la historia de Joseph, del que, sin hacer mucho spoiler, puedo decir que había estado en el campo de concentración de Dachau… Como Otis, aunque en bandos distintos…
Y hasta aquí puedo leer. Por supuesto, no es mi intención desvelar en exceso el contenido de esta obra, pero sí que les puedo garantizar que el giro final es memorable, de esos que te rompen por completo los esquemas. Además, conocerán también la identidad del propio narrador de la trama, y les aseguro que se quedarán de piedra…
En lo estrictamente formal, la novela cuenta con una prosa elegante, seria, fluida, realista y concisa, sin grandes estridencias, correcta y apta para la historia que se cuenta. Merece la pena destacar la capacidad del autor para jugar con el lector, dosificando la información y creando, de este modo, intriga. También hay que destacar las acertadas descripciones de los lugares en los que se desarrolla la trama y, especialmente, y por encima de todo, la construcción de los personajes, riquísimos, poliédricos; además, se van complejizando y evolucionan sorprendentemente conforme se desenreda la historia. Sin duda alguna, es una novela de personajes.
El silencio de tus lágrimas, por otro lado, da pie a un buen número de lecturas y reflexiones que añaden un valor añadido a la obra y que expanden su alcance hasta límites insospechados en una lectura casual. Por ejemplo, el autor le da mucha importancia, desde el principio, al pensamiento, lo que nos hace realmente humanos, aparte de alguna caprichosa combinación genética. Mediante el pensamiento no solo aprehendemos e interpretamos la realidad —lo que, de alguna manera, implica que, al recrearla, la creamos—, sino que también nos permite acceder a nosotros mismos, pese a que en numerosas ocasiones construimos barreras que nos impiden ver realmente qué somos. Esas barreras solo se pueden romper mediante la senda de la introspección, de la búsqueda interior, de aquello que estaba grabado en el frontispicio del templo de Apolo de Rodas: «Conócete a ti mismo». No en vano, gran parte de las propuestas filosóficas de la antigüedad grecorromana y oriental giraban en torno a esa idea; idea que ha traspasado las fronteras del tiempo y ha llegado hasta nosotros con absoluta claridad. Machado, por ejemplo, lo expresó a las mil maravillas: «Converso con el hombre que siempre va conmigo / Quien habla solo espera hablar a Dios un día». Ese dios, a fin de cuentas, somos nosotros mismos, lo que realmente somos; y la única manera de acceder a él es mediante el pensamiento. Otra cosa es acceder a los demás…
Pero ahí más: esto lleva a una idea que Álvaro Baena expone explícitamente y que tiene mucha más enjundia de lo que a priori pudiera parecer. En el prólogo de su obra se plantea lo siguiente: «¿Sería posible que pudiéramos vivir con naturalidad con nuestros semejantes si nuestras ideas se escucharan en voz alta?». La respuesta a esta inquietante pregunta parece tenerla clara el autor: seguramente no, y en el resto de la novela lo deja bien claro. No. ¿Por qué? Porque tiene claro, y con más razón que un santo, que todos tenemos un lado oscuro o, al menos, secreto; y que sería socialmente inadmisible una sinceridad plena, por muchos que esos vendedores de filosofía barata exalten la sinceridad como algo casi sagrado. No se trata de mentir, claro, ni de adornar la realidad. Se trata más bien de que quizás no conocemos realmente a las personas que creemos conocer, y que, en caso de que la verdad se viese desvelada, el shock podría ser brutal. Ya lo dijo Napoleón: «El método más seguro de permanecer pobre es, sin duda, ser una persona franca». Quizás exageraba el corso, pero parte de razón tenía. Y tenía razón porque conocía profundamente al ser humano, y sabía como pocos que solo un buen amigo de te puede traicionar. Y la traición se torna fácil cuando se conocen los secretos más profundos del otro.
De eso, de secretos profundos, trata, en resumidas cuentas, esta obra. De eso y de lo fácil que nos resulta muchas veces juzgar a los demás sin ponernos en sus zapatos, sin entender que tienen su historia personal y sus motivos; y que quizás somos nosotros los que estamos equivocados y sesgados.
Ya me gustaría contarles algunas de las otras reflexiones que me ha provocado esta gran obra, pero me vería obligado a desvelar en exceso su contenido, y no es cuestión.
Así pues, El silencio de tus lagrimas lo tiene todo: una interesante y conmovedora historia, una invitación sincera —¡ups!— y profunda a la reflexión y un final impresionante. Seguro que, si se atreven a apostar por ella, les encantará.
Absolutamente recomendable.